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Las entrañas del poder: una autopsia michoacana del siglo xviii

LAS ENTRAÑAS DEL PODER:
UNA AUTOPSIA MICHOACANA DEL SIGLO XVIII

Miruna Achim

UNIVERSIDAD DE YALE

Sólo este bien queda de haber tenido un Príncipe malo, en cuyo cadáver haga anatomía la prudencia, conociendo por él las enfermedades de un mal gobierno, para curarlas.

(Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, 1640)

EL CAJÓN PRODIGIOSO

La noche de 13 de mayo de 1744, un grupo de cirujanos, médicos y funcionarios de la Iglesia examinaba el contenido de una caja de madera, desenterrada un día antes del piso de la catedral de Valladolid, en la provincia de Michoacán. Los testimonios de los presentes recogidos ulteriormente en el libro Voces de Tritón escrito por el cronista agustino de Michoacán fray Mathías de Escobar y publicado en México en 1744 narran el misterioso encuentro y los sorprendentes hallazgos del ilustre grupo:

dentro de dicho Caxón vieron todos abundancia de Sangre con un color, no encarnado, sino medio dorado, que expedía suave olor; y habiéndose procedido por [el] Maestro de Cirujano a revolver la Sangre, con instrumento [...] sacó de entre ella varias tripas [...]; sacó asimismo redaños, hígados, y otras varias cosas, que destrozó y reconoció: y así dichos Cirujanos, como los Médicos, expresaron ser de Cuerpo humano.

[...] dieron, no haber parte alguna podrida o corrupta, ni tener sabor de ello la Sangre; de la que se sacó una poca, en un vaso de cristal, para mejor examinarla, y la probó el dicho Bachiller Don Juan Antonio de Quadros y Leon.

[...] revolvieron las tripas y los más de los circunstantes percibieron el tacto húmedo y fresco de dichas tripas, y partes, confesando a una voz el suave olor, que expedía, en manera que a ninguno causó asco, ni indisposición de estómago, de las que se experimentan a vista de semejantes cosas, y abundando la concurrencia de personas, empezaron a mojar algodones en la Sangre, con tanto exceso que el Señor

Provisor lo corrigió1 (Escobar Testimonio” s.p.)

Las suculentas y fragantes entrañas eran las del obispo de Michoacán, don Juan Joseph de Escalona y Calatayud, quien, entre otros cargos, había sido Colegial Mayor del Viejo Colegio de San Bartholomé en Salamanca y obispo de Caracas en la Provincia de Venezuela. En 1729, Escalona y Calatayud fue trasladado a Valladolid, Michoacán, donde se desempeñó como obispo durante ocho años y jugó un papel fundamental en la consolidación de la iglesia michoacana.2 Fray Mathías de Escobar lo recuerda en otro libro, Americana Thebaida, por su aseo de lámparas, candiles y colgaduras en la iglesia catedral, por su caridad con el real hospital de la ciudad y por la donación de su biblioteca al convento agustino de Valladolid. Después de su muerte, el 23 de mayo de 1737, el corazón del obispo Escalona y Calatayud encontró su descanso final en el convento de las religiosas catarinas y sus entrañas en el mencionado cajón en el piso de la catedral. Siete años más tarde, el 12 de mayo de 1744, mientras arreglaban el piso de la catedral, un par de trabajadores escucharon unas voces, como de “herido”, que contestaban a sus martillazos. Intrigados, descubrieron el pequeño recipiente con los restos del obispo, y al abrirlo, notaron con gran asombro que la sangre adentro se había conservado líquida y fresca, aunque había adquirido un color dorado. Los obreros se dirigieron a un prebendado de la catedral, quien convocó a una junta de peritos médicos y religiosos para examinar el cajón. Éstos tocaron, olfatearon y saborearon el excepcional contenido. Intercambiaron teorías exquisitas sobre el comportamiento de la sangre de los muertos, supuestamente turbulenta al hallarse un cadáver en la presencia de un enemigo y meliflua en la presencia de seres amados. En sus afanes de investigación, los peritos recurrieron a una “curiosa y nueva invención”, unos microscopios, para lograr “el beneficio de ver lo que se ignoraba”.3 Entre otras sorprendentes visiones, los “cristales graduados” permitieron observar una generación espontánea de romero y de clavos en la sangre, donde se había esperado encontrar lo que siempre se encuentra en casos semejantes: “una invulnerable multitud de insectos, minutísimos gusanillos, imperceptibles a la visión [...] ¿Qué sabemos”, se pregunta el cronista de estos acontecimientos, “si permitió el Cielo que los gusanillos se convirtiesen en canela, romero y alhuzena?”4

Los peritos llegaron a una conclusión y firmaron sus testimonios ante un notario: habían resuelto que las entrañas del obispo seguían incorruptas después de un entierro de siete años.5 De esta manera, la ciencia –o mejor dicho, las nociones científicas manejadas por los peritos médicos de Michoacán– se convirtió en el lente epistemológico para enfocar el milagro y es la primera en una serie de interpretaciones sobre el cuerpo incorruptible del obispo. Sin embargo, la ciencia médica fue sólo una de las múltiples reacciones y explicaciones que se dieron sobre las entrañas enterradas. Varios de los testigos que asistieron al examen empezaron a mojar algodones en la sangre –no exactamente por razones científicas, hasta que un religioso, en su anhelo de extirpar la idolatría en su preciso comienzo, prohibió la práctica. Tal vez estos pedazos de algodón circularon como las primeras reliquias del cuerpo privilegiado de Escalona y Calatayud. Una vez concluido el examen y tomadas las resoluciones, las entrañas de Escalona y Calatayud, protagonistas del divino milagro, fueron trasladadas, por auto especial, a una caja más adornada y más vistosa y fueron depositadas con gran ceremonia en las bóvedas de la misma iglesia. El auto y la ceremonia pública marcan el comienzo del culto oficial de las entrañas. El mismo año, Mathías de Escobar publicó el testimonio de los peritos, junto con un libro voluminoso, de 210 páginas (sin incluir las censuras, los pareceres, los permisos y las dedicaciones), bajo el estruendoso título de Voces de Tritón Sonoro, que da desde la Santa Iglesia de Valladolid de Michoacán la incorrupta, y viva Sangre del Illmo. Señor Doctor D. Juan Joseph de Escalona y Calatayud. El libro examina las causas morales y físicas de la incorruptibilidad del cuerpo del obispo y representa un primer, aunque frustrado, pasó hacia la canonización de Escalona y Calatayud. No menos prodigioso que los restos del obispo, el libro que narra su incorruptibilidad es un fascinante compendio de prácticas y creencias corporales. Mi ensayo examina varias de estas prácticas según convergen en el cuerpo del obispo de Michoacán.

LOS SABERES DEL CUERPO

En Furta sacra, sobre el hurto de tumbas y de cuerpos de santos en la Edad Media, el historiador inglés Patrick Geary advierte que el estudio de estos robos no debería limitarse al estudio de la persona o del cuerpo del santo. Tal enfoque acabaría descartando el robo como una simple superstición. Al contrario, Geary sugiere que el significado del cuerpo o de los restos del santo radica, más bien, dentro de la sociedad que venera, compra, roba o, en ciertos casos, inventa al santo. Es útil tener presentes las sugerencias de Geary al acercarnos a los acontecimientos de 1744 en Valladolid: la mirada del historiador no se puede complacer con la vista de las milagrosas entrañas, sino que debe extenderse a los múltiples significados atribuidos a los incorruptos restos por sus contemporáneos. En otras palabras, es imprescindible considerar los extraños eventos –desde el descubrimiento del cajón hasta la publicación del libro como un momento específico en la historia cultural del cuerpo en la Nueva España y en el Occidente en general, un momento que permitía la coexistencia de un gran número de creencias y corrientes interpretativas respecto al cuerpo. A partir del siglo XVI y hasta la mitad del XVIII, en ambos lados del Atlántico, el cuerpo –con sus superficies, sus complicados pliegues y sus interiores abismales, oscuros y viscosos se vuelve un tema obsesivo en el imaginario colectivo, el lugar privilegiado de exposición, el punto de partida del discurso y del pensamiento.

Una de las reflexiones más importantes en torno a los restos de Escalona y Calatayud proviene del discurso médico-anatómico, que empezó a cobrar particular importancia en la Nueva España a fines del siglo dieciséis. En 1576 el virrey Martín Enríquez había mandado hacer autopsias como una medida de emergencia contra la epidemia que causó graves estragos entre la población indígena. Los resultados de estas autopsias fueron incluídos por Alonso López de Hinojosos en Suma y recopilación de cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa, obra publicada en México en dos ediciones, en 1578 y en 1595. Contemporáneos al libro de López de Hinojosos se escriben y se publican numerosos tratados médicos, lo cual representa un verdadero florecimiento de las ciencias médicas en la Nueva España.6 A pesar de sus diferencias, estos escritos comparten una función en común: la de descubrir, describir, fijar y catalogar los cuerpos típicos de los mexicanos, con sus particularidades raciales, geográficas y humorales y con sus enfermedades o debilidades específicas. Un siglo después, cuando se escribe Voces de Tritón, ciertos sectores de la medicina colonial habrían aceptado teorías médicas más novedosas, como la teoría de la circulación de la sangre.

Sin embargo, fray Mathías de Escobar parece vivir al margen de tales avances y, en sus explicaciones “científicas”, alude principalmente a los primeros textos de medicina novohispana de fines del siglo dieciséis.

Otro registro constante en Voces de Tritón es el culto de las reliquias. Con el afán y la necesidad de fundar lugares de culto y de consolidar la presencia de la Iglesia, la Nueva España experimenta un fenómeno semejante al que experimentó Europa durante los primeros siglos de cristianización: proliferan las reliquias y se encuentran cuerpos incorruptos por todos lados. El mismo fray Escobar, en su
Americana Thebaida, relata varios casos de incorrupción entre los primeros agustinos en Michoacán. Pero el ejemplo más notable se encuentra en Puebla, con fray Sebastián de Aparicio, cuya incorruptibilidad ha tenido sus cronistas y sus devotos desde fray Juan de Torquemada hasta nuestros días.

En los siglos XVI y XVII, el culto de las reliquias representa al mismo tiempo un importante aspecto de las reformas postridentinas que tomaron el cuerpo humano como la materia prima para la expresión y consolidación de la fe católica y, por lo tanto, pusieron en circulación un gran número de imágenes corporales y, a veces, aun partes del cuerpo mismo. Sometido a un rigoroso régimen de dolor y placer, gozo y sufrimiento, el cuerpo se forja y se disciplina en la fe; sus abstinencias o excesos pueden ganar o perder la batalla del espíritu contra el mundo y contra la condenación eterna. Tomando en cuenta su contexto cultural, el cuerpo del obispo Escalona se vuelve un índice de interpretaciones, que oscilan entre la medicina y la teología, la política y la moral, un registro de discursos que se apoyan o se contradicen uno al otro.7 En este sentido, Voces de Tritón representa un momento tardío, algo anacrónico, de una fase muy fértil en el imaginario del cuerpo humano. Nunca después se darán encuentro la teología y la ciencia dentro del mismo texto para construir un cuerpo abierto a lecturas tan diferentes.

Las posibilidades metafóricas y simbólicas del cuerpo no habían pasado desapercibidas antes del siglo XVI. Al contrario, existe un tipo y un ideal de cuerpo correspondiente a cada época. Durante los siglos anteriores, el cuerpo humano era el centro de un sistema cerrado de conversiones y equivalencias, el microcosmos que legitimaba y sostenía jerarquías sociales, morales y políticas. En el siglo XI, John de Salisbury había formulado una atractiva teoría que llegó a conocer múltiples variantes según la cual el corazón correspondía al rey, el cerebro a la Iglesia, el estómago a los sectores comerciales, las manos y los pies a las masas. Entre las manifestaciones más logradas de esta iconología corporal destacan la teoría inglesa de los dos cuerpos del rey y la creencia en las virtudes taumatúrgicas de los reyes franceses.8
Sin embargo, el siglo XVI marca un importante cambio en el imaginario corporal. Con la invención de nuevos instrumentos ópticos, las correspondencias entre el microcosmos y el macrocosmos resultan cada vez más tenues. Por un lado, el telescopio disuelve las fronteras del espacio en una infinidad de estrellas. Por el otro, el microscopio revela la presencia inesperada de mundos enteros bajo la superficie cotidiana de las cosas. Expresando un desconcierto común entre sus contemporáneos, Pascal se asombra ante la condición solitaria del hombre, entre dos abismos, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. En este contexto de rupturas epistemológicas, también cambia el saber sobre el cuerpo humano que, en este mundo abierto y descentrado, deja de ser el microcosmos perfecto, el modelo y pauta del universo. En el campo de la medicina, las nuevas prácticas de la disección descubren realidades inusitadas. Al abrir el interior sagrado del cuerpo, al separar sus partes y examinar la masa revuelta de órganos vitales y embrollos de hilos, nervios y vasos comunicantes, el ojo indagador del anatomista no encuentra la confirmación de viejas jerarquías, sino la crisis de todo conocimiento previo. Como el astrónomo, perplejo ante la vertiginosa y confusa inmensidad del cielo, el anatomista confronta un mundo aparentemente ininteligible, carente de significados absolutos el corazón ha dejado de ser el rey, como en la analogía de Salisbury–, un reto para las facultades interpretativas. ¿Es posible que los pliegues y enredos de los intestinos del obispo Escalona y Calatayud sugieran y confirmen verdades que van más allá de la pura materialidad? O, para hacer la misma pregunta de una manera más oblicua: ¿qué vueltas dan las tripas en el contexto de la economía semiótica del barroco novohispano? ¿Cuál es su significado dentro del cuerpo político e ideológico barroco? ¿Y de qué forma se inscribe y se lee este significado en el caso del obispo de Michoacán?

DIGESTIÓN Y ALQUIMIA: DEL OMBLIGO DE LA LUJURIA A LAS ENTRAÑAS DE LA CARIDAD

Hoy, las verdades del cuerpo se escriben en el idioma de los números y se nos presentan como complicados y caprichosos bailes de moléculas. Pero, en el siglo
XVII esas verdades eran inscritas sobre las entrañas, cuyos significados flexibles abarcaban lo vil y lo sublime, lo económico y lo moral. Repetidas veces en
Voces de Tritón, fray Mathías de Escobar señala las entrañas como la sede de los vicios, de la corrupción y de la fragilidad moral: “colocó el Eclesiástico en las Entrañas el tronco de la lascivia”.9 Escobar no es el único que establece esta conexión. Más de un siglo antes, fray Agustín Farfán, fraile agustino y médico en la ciudad de México, había empezado su Tractado breve de medicina (1691) con una disertación sobre el estómago –y los órganos digestivos en general al que culpa de todas las enfermedades en las Indias. Los habitantes de la Nueva España, nos dice Farfán, comen demasiado o comen a deshoras. De consecuencias gravísimas son también el desenfreno y la lujuria de los que buscan regocijos carnales poco después del manjar. Farfán advierte que los niños concebidos en semejantes circunstancias nacen débiles e inhábiles.10 Por lo tanto, las agruras y los ardores de la digestión son síntomas de licencias sexuales y de depravación moral y pueden provocar verdaderas crisis económicas y demográficas. El bienestar de la Colonia parece depender, en gran medida, del conocimiento y del control ejercido sobre los estómagos de sus habitantes (tal vez no se deben descartar los factores político-sociales para explicar la fuerte presencia de los órganos digestivos en los tratados médicos de la Nueva España). El filósofo y político español don Diego de Saavedra Fajardo llegaría a conclusiones similares en su Idea de un príncipe político cristiano (1640): “el estómago es donde se digieren los negocios; y si salieren del mal cocidos, será achacosa y breve la vida del gobierno”.11


Es precisamente el reto de gobernar y disciplinar las partes insumisas del interior del cuerpo –reto compartido también por sus contemporáneos– lo que interesa a fray Mathías de Escobar en Voces de Tritón, y lo lleva a reflexionar repetidas veces a lo largo del texto, sobre el acto de comer y sobre los aspectos menos agradables vinculados a los procesos digestivos. Escobar cuenta que san Juan Bautista se alimentaba solamente de miel silvestre y que la miel silvestre tiene un sabor amargo; que el corazón de David se derritió, como la cera, en sus entrañas; que las entrañas de Escalona y Calatayud eran de un color dorado y tenían la consistencia de la cera cuando se encontraron siete años después de su muerte; que el obispo había padecido de disentería y que, sin embargo, sus tripas se habían mantenido incorruptas porque el obispo decía misa con mucha frecuencia y por eso se alimentaba con el Sacramento: “el divino pan comunicó beneficios a sus entrañas”. Pero la reflexión más profunda y detallada de Escobar sobre la comida y la digestión se encuentra no en Voces de Tritón, sino en su Americana Thebaida. En la larga sección dedicada a uno de los padres fundadores de la provincia agustiniana de Michoacán, fray Juan Bautista Moya, Escobar nos hace llegar algunos detalles sobre los hábitos alimenticios del venerable agustino: solía comer a la segunda mesa, y [...] tenía prevenidos uno o dos tamales, los cuales, fuera del natural mal sabor, junto con el mal olor, procuraba fuesen los mohosos aquellos que ni aun los perros apetecen, o por sumamente duros o por demás corruptos. Esto sólo tomaba por alimento, y la comida del Convento la cogía para darla de limosna a los Pobres.12 No sólo se negaba fray Juan la comida, tampoco bebía –o, por lo menos, no bebía agua: Un cierto religioso advirtió que cuando comía no bebía agua; contóle los días y reconoció que pasaron de quince. [...] La Sangre de Cristo Vida nuestra, vino caelesti, era sólo con lo que mitigaba los ardores de su sed. [...] Muchas veces [...] era visto su rostro Venerable como una encarnada rosa, de que todos se admiraban, pues nadie ignoraba las penitencias de Nuestro Bautista.13

Perdonemos a nuestro cronista, poco amante de los tamales y algo mal informado sobre sus valores nutritivos; en realidad, en los pasajes citados, fray Mathías de Escobar pone énfasis en la austeridad alimenticia del padre agustino, para quien la dieta se vuelve el campo de batalla privilegiado entre el alma y los apetitos del cuerpo. Punto de encuentro entre lo externo y lo interno, las entrañas representan el horno alquímico donde se forja el carácter físico y espiritual del individuo y, por lo tanto, el buen funcionamiento del aparato digestivo puede servir como el reflejo o la firma personal de cada uno en el mundo. Sin entrar en detalles físicos, quisiera notar que en el siglo XVIII, la salud se asociaba directamente con el flujo y toda obstrucción era considerada como la causa principal de la enfermedad. La salud operaba bajo el signo negativo del intercambio entre el individuo y su exterior; para mantenerla se necesitaba expulsar más de lo que uno ingería.14 Al describir la dieta de fray Juan Bautista, fray Mathías de Escobar se asombra ante el aspecto vigoroso del padre agustino y asocia su vitalidad con los hábitos del padre de comer y guardar poco para sí mismo y regalarlo todo a los demás. Conviene señalar que aun después de la muerte, el cuerpo de fray Juan Bautista, como el del obispo Escalona y Calatayud, manifestó calidades milagrosas. Al cabo de unos cinco años, una embriagante fragancia delató la presencia del cadáver a pesar de las medidas tomadas para enterrarlo en un lugar secreto. El cuerpo, que se había mantenido intacto, fue trasladado a una pared de la iglesia catedral en Valladolid, para ser exhumado de nuevo, poco tiempo después. Aunque el cuerpo se había deshecho esta vez, la fragancia persistía. Escobar no se deja vencer tan fácilmente por la nueva evidencia; al contrario, el cronista percibe la voluntad divina de aprovechar mejor, como reliquias, los huesos descarnados del venerable padre.

Entre fray Juan Bautista Moya y el obispo Escalona y Calatayud, separados por más de cien años, existen ciertas afinidades que conducen al cronista a la misma reflexión en dos textos diferentes. Como en el caso de su predecesor, las entrañas de Escalona y Calatayud se mantienen incorruptas por ciertas costumbres alimenticias cuyas consecuencias van mucho más allá del puro acto digestivo. Ambos ejercen un sabio y riguroso control sobre sus cuerpos al disciplinar las entrañas tanto para el bien propio como para la utilidad de una comunidad de fieles. En Voces de Tritón, la escatología y la economía se intersectan cuando fray Escobar nota que la corrupción es la consecuencia directa de retener, de atesorar, y con mucha prisa, enumera los conventos fundados con el dinero del obispo Escalona y Calatayud. El obispo no guardaba sus tesoros y, por lo tanto, sus incansables entrañas se mantuvieron intactas después de la muerte.

ÍNDICES E INDICIOS: LA MANO Y SUS INSCRIPCIONES

Una cadena compleja vincula así las entrañas con la virtud más importante de un obispo: el don de la caridad. De hecho, en el pensamiento ingenioso de Escobar, las tripas juegan el papel de las manos, que serían símbolos más obvios de la caridad: Tienen las Entrañas con las manos cierta analogía, equivocándose entre sí [...] Creo que hacen en el cuerpo las manos lo que hacen éstas en los Reloxes. Por manos se reconoce lo descompuesto, o concertado de las Entrañas del Relox. La mano muestra el estado interno. Así en el cuerpo las limosneras muestran la interna Charidad. Si ellas paran, luego se conoce, que les falta a las Entrañas el oleo de la charidad.15

En la primera parte de su analogía, Escobar fija la imagen del reloj y sus manecillas, un emblema tradicional de la operación del poder, que el cronista puede haber leído en el emblema cincuenta y seis de Idea de un príncipe político-cristiano de Saavedra Fajardo, por ejemplo: “obran en el reloj las ruedas con tan mudo y oculto silencio”, escribe el filósofo y político español, “que ni se ven ni se oyen, y, aunque de ellas pende todo el artificio, no le atribuyen a sí, antes consultan a la mano su movimiento”.16 Las operaciones del reloj son invisibles y secretas; son las manecillas las que revelan la condición del mecanismo interno, indicando si funciona armoniosamente o no. En la segunda parte de la analogía, Escobar ingeniosamente compara las tripas –”las limosneras”– con las manecillas de un reloj interno de virtudes. Mientras éstas –las manecillas o las tripas– anden, siguen afinadas con los bálsamos de la caridad. Escobar cuenta cómo las manos caritativas han sido recompensadas tradicionalmente con la incorruptibilidad después de la muerte: “ha querido el Señor conservar siempre las manos instrumentos de la Charidad permanentes, reduciendo a cenizas el resto del cuerpo”, escribe Escobar y menciona varios reyes ilustres cuyas manos han permanecido intactas. “No toca, no lastima la corrupción manos Regias que se ocupan en limosna”, concluye el cronista.17 En el caso de Escalona y Calatayud, la identificación entre las incansables tripas del obispo y sus manos es tan completa, que, según fray Mathías de Escobar, sería ocioso querer indagar si sus manos se conservaron intactas. Basta con que sus tripas se mantuvieron incorruptas: “supongamos que están corrompidas las manos, basta y es mayor prodigio que están incorruptas las Entrañas, y más cuando las Entrañas son el centro de la Charidad”.18

Las manos de los príncipes caritativos y de los santos juegan un papel decisivo, tanto antes como después de la muerte del individuo. Antes de la muerte, las manos se ocupan en gestos de caridad: dan, regalan, entregan, proveen. Después de la muerte, al conservarse intactas, las manos se vuelven instrumentos narrativos; su incorruptibilidad inscribe y confirma las verdades de una vida ejemplar. Para Escalona y Calatayud, son sus incorruptas entrañas, ricas en connotaciones, las que ejercen la función manual de relatar la virtud moral y la rectitud política del obispo y de confirmar la veracidad del libro Voces de Tritón. De hecho, es con su propia sangre la sangre dorada que brota del cajón y se vuelve tinta– que se escribe el texto: “mi pluma se ve hecha tropheo no por sí, sino por estar teñida con la Sangre”, sostiene el cronista Escobar.19 En contraste, después de la muerte, la sangre de los pecadores traza una historia tan perversa como sus propios caracteres; así, las entrañas de Judas “quedaron patentes, para que en ellas leyeran las iniquidades de este condenado; las cuales en el sucio papel de la tierra, formaba los caracteres torcidos, con fétida tinta”.20

El cuerpo del obispo muerto clama una presencia absoluta dentro del texto del cronista. El libro Voces de Tritón, como el cajón enterrado en el piso de la catedral, se vuelve el vaso que contiene esta presencia, y la escritura del libro es posible y legítima sólo en la medida en la que el texto encarna de manera material las entrañas incorruptas y revela la huella de la sangre milagrosa entrelazada con su propia tinta. Al mismo tiempo, la autoridad del libro está garantizada repetidas veces por mecanismos de confirmación, que manifiestan la transformación de la letra en sangre. Uno de los casos más interesantes de estas transubstanciaciones ocurre en la dedicación del libro. Voces de Tritón experimentó la peculiar suerte de ser dedicado no sólo en una, sino en dos ocasiones. Escobar se lo dedica a Juan de Rada, prebendado de la catedral de Valladolid; a su vez, Rada lo dedica de nuevo a don Joseph de Carvajal y Alencastre, presidente del Consejo de Indias. Juan de Rada explica el motivo de la rededicación de la siguiente manera: “para dar crédito del Testimonio, he querido que vuelva la Sangre del Illustrisimo Señor Escalona a las manos de Vuestra Excelencia, que así correrá a circular a su cuerpo y se ha de incorporar con la de su Excelencia”.21 Al llegar a los manos de su nuevo dueño, la tinta del libro se convierte en sangre y entra en el cuerpo de éste. Tal conversión sólo sigue natural cauce al reconocer profundos vínculos entre el obispo y el presidente; los dos habían sido maestros en el Colegio Viejo Mayor de San Bartholomé en Salamanca y estaban unidos por vínculos de sangre: “hay unidad de Sangre entre los Colegiales de San Bartholomé”,22 explica Juan de Rada. El cuerpo del libro está hecho del cuerpo del obispo, su sangre y sus tripas y, por lo tanto, se podría decir que las entrañas de Escalona y Calatayud son al mismo tiempo la autoridad y el autor detrás de Voces de Tritón. La letra escrita con sangre es una firma de veracidad, la confirmación, tanto de la milagrosa historia, como de la autoridad moral de sus recipientes y lectores.

Pero, esta firma de sangre no es la única firma en el libro. Al contrario, como la mayoría de los textos de su época, Voces de Tritón se puede describir, en el nivel material, como un palimpsesto de aprobaciones, dedicaciones, firmas y sellos que complican nuestras nociones modernas de un autor único detrás de cada texto. Además, como he mencionado, el texto de fray Mathías se publicó junto con un testimonio médico firmado por los peritos participantes en el examen de las entrañas. Estas firmas están detrás del texto, garantizan la legalidad de la historia; el saber científico produce y confirma la verdad del milagro religioso.

Nos hallamos, por lo tanto, frente a un juego de autores y autoridades. Para resumir: el obispo Escalona y Calatayud, o mejor dicho, sus incorruptas entrañas, son el autor de su propia historia. Pero, al mismo tiempo, la autoridad del obispo muerto –la prueba de su vida ejemplar y de su milagrosa incorruptibilidad– necesita a su vez ser autorizada. Este espejismo caracteriza todas las operaciones y representaciones del poder. El poder político y eclesiástico está escrito por varias manos y a través de mecanismos institucionales que negocian la manifestación del poder. Una complicada cadena de médicos, cronistas, teólogos y dueños que abren, escriben, sellan, aprueban y firman. Estructuras religiosas, legales y científicas que examinan, confirman e inventan el milagro de las entrañas enterradas. Como las manecillas de un reloj, que giran para manifestar su mecanismo interno, el libro que manifiesta los secretos del cajón se mueve dentro de los círculos del México de mediados del XVIII. En su proceso de circulación, el libro no sólo revela la incorruptibilidad de las entrañas del obispo, sino que también articula una comunidad de creyentes y descubre las cadenas y los canales del poder colonial.

“LO QUE ESTÁ EN MEDIO”: EL CUERPO POLÍTICO EN EL IMAGINARIO BARROCO

Entre los textos escritos sobre el cuerpo, particularmente sobre el cadáver de un personaje poderoso, Voces de Tritón ocupa un lugar aparte en cuanto a su complejidad y extensión. Sin embargo, Voces de Tritón no es el único ejemplo de este género. La tradición nos remite al cuerpo del rey Felipe II, cuyas agonías, inmundicias y putrefacciones en sus últimos meses de vida, durante el verano y otoño de 1598, constituyeron un edificante tema de discusión y reflexión para sus contemporáneos.23 En la Nueva España, encontramos otro ejemplo del interés por el cuerpo muerto del poder en la crónica de Mateo Alemán sobre la autopsia y el embalsamamiento del arzobispo-virrey fray García Guerra en 1612.24 Tampoco se podría decir que este interés ha dejado de existir hoy: las peripecias de los cuerpos de Evita, Lenin, Stalin o Mao sugieren la fascinación por descifrar los signos del poder según la materialidad del cuerpo, por revelar la cara escondida, las entrañas secretas del poder. En este artículo he intentado trazar un mapa de los diferentes significados de las entrañas en la época barroca. Sin embargo, la asociación entre el poder y las entrañas no deja de ser inquietante. ¿Cuál es la razón de este vínculo?
Podríamos, a modo de respuesta y de resumen, buscar “entrañas” en el Diccionario de la lengua castellana (1726-1739), mejor conocido como el Diccionario de autoridades, estrictamente contemporáneo de Voces de Tritón. En primer plano, el diccionario define “entrañas” como “todo lo que el animal tiene dentro del cuerpo, en que se comprehenden el corazón, el hígado, el bazo, el pulmón y demás partes interiores”. Al mismo tiempo leemos los siguiente significados metafóricos: Entrañas. Por alusión se llama lo oculto escondido debajo de la tierra: como las entrañas de la tierra, de los montes, esto es lo hondo y profundo y metido dentro [...]; Gong. Son. Amor 22:

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas,
Casarse nubes, desbocarse vientos,
Altas torres besar sus fundamentos,
Y vomitar la tierra sus entrañas.

Entrañas. Se usa también por metáfora, para expresar lo que está en medio: como del cuerpo político de la Ciudad, Comunidad, Pueblo. Entrañas. Metafóricamente se toma por el interior del ánimo, sus afectos, pasiones e inclinación de la voluntad y del corazón.25 El poder, particularmente el poder en la época barroca, se representa y se manifiesta a través de una serie de actos públicos, sumamente visibles: procesiones, alegorías, arcos triunfales, ejecuciones. En contraste, las entrañas indican una epistemología distinta del poder, que opera, como hemos visto, a través de canales ocultos, nudos secretos y cavernas escondidas, a través del interior recóndito del cuerpo político de la ciudad o de la comunidad, a través de un cajón enterrado en el centro religioso de la sociedad michoacana. Las varias definiciones del Diccionario de autoridades sugieren el lado oscuro y subterráneo del poder, cuyas operaciones podrían compararse con procesos propios a los grandes sistemas naturales y físicos. En
Mundus subterraneus (1678), el erudito jesuita Athanasius Kircher –cuyos libros alcanzaron gran popularidad en la Nueva España hacia el final del siglo XVII describe la inmensa cadena de fuegos que arden en el centro de la tierra y que emergen a la superficie sólo en momentos excepcionales, cuando los volcanes “vomitan” sus entrañas, para recurrir a los versos de Góngora. De la misma forma, el cuerpo físico del poder, imaginado a través de sus entrañas, es un teatro de influencias ocultas, de fuegos erráticos y de cocciones extrañas, un teatro escondido detrás de máscaras heráldicas y de ceremonias públicas.

A la manera de la pintura barroca, el poder se manifiesta como una llama vacilante sobre un trasfondo de sombras, como el juego entre la luz y la oscuridad, entre el exterior ataviado del príncipe y su confuso interior, entre la vida y la muerte, entre el lenguaje y el no lenguaje. En Voces de Tritón, fray Mathías de Escobar escribe que lo externo del cuerpo es comprensible, representable, accesible al lenguaje: “cualquiera pinta lo externo, no faltan símiles para lo que se ve”.26 En contraste, el interior del cuerpo no es accesible, lleva a la pérdida del lenguaje, a la confusión total: “empero, para lo interno, aun Salomón carece de palabras”.27 Si el cuerpo tiene un defecto, prosigue Escobar, es el de “no tener en su pecho una ventana para que en ella leyesen su interior”.28 Voces de Tritón tiene el mérito de ser una de las pocas ventanas abiertas hacia el interior del cuerpo barroco novohispano.

En búsqueda de palabras para descifrar y describir este interior, fray Mathías de Escobar recurre a símiles y metáforas, teorías e imágenes que pertenecen a registros discursivos muy diferentes. Tal vez sea la riqueza discursiva del texto y no sólo la naturaleza de su tema lo que produce una gran sorpresa en el lector y causa una fuerte sensación de distanciamiento frente al libro y a su contexto cultural. Como hemos visto, Voces de Tritón no obedece a nuestros principios modernos de marcar una separación precisa entre la ciencia y la religión, la teología y la economía. Estas divisiones disciplinarias cobrarán definición hacia la segunda mitad del siglo XVIII y encontrarán sus expresiones más negativas en la especialización y la abstracción del lenguaje y del pensamiento moderno. Voces de Tritón es la coronación exuberante de un momento muy fértil en la historia del imaginario novohispano. Para acercarse a este texto, el historiador necesita abandonar los prejuicios y las riñas disciplinarias y dejar que los discursos cruzados presentes en el libro construyan la trama de su rico entorno.

BIBLIOGRAFÍA

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1 “Testimonio”, en Mathías de Escobar, Voces de Tritón, México, 1744, s. p.
2 Para la gestión de Escalona y Calatayud en Michoacán, véase Óscar Mazín Gómez,
El cabildo catedral de Valladolid en Michoacán, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996.
3 Quisiera observar que la “nueva y curiosa invención” mencionada por Mathías de Escobar no era tan nueva para el año 1744. El microscopio fue inventado al principio del siglo XVII, al mismo tiempo que el telescopio, y fue perfeccionado durante el resto de ese siglo por Robert Hooke y por Antoni Leeuwenhoeck (De hecho, un tal Antonio Secvenhock mencionado por Escobar no parece ser otro que el científico holandés). El microscopio, junto con otros instrumentos ópticos, llegó al Nuevo Mundo relativamente temprano en el siglo XVII y tuvo una fascinante historia. Por ejemplo, el jesuita Alexandro Favián de Puebla recibía microscopios como parte de una intensa correspondencia con el famoso jesuita Athanasius Kircher en Roma. A su vez, Favián le mandaba a Kircher “curiosidades” de la Nueva España, como Cristos emplumados y piedras bezares. Para la historia y la publicación de esta correspondencia, véase Ignacio Osorio Romero, La luz imaginaria, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. Entre los científicos novohispanos aficionados al microscopio destaca también don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien usa el instrumento para examinar espigas plagadas por chiahuiztli. Véase Carlos de Sigüenza y Góngora, Alboroto y motín de los indios de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.
4Escobar, 1744, pp. 59-60.
5 El testimonio colectivo aparece en forma de diálogo, simulando las varias opiniones intercambiadas entre los diferentes peritos. El testimonio fue publicado junto con la crónica de los eventos.
6 Entre los libros publicados hacia fines del siglo XVI y principios del XVII destacan:
Opera medicinalita (1570), de Francisco Bravo, Tratado breve de anotomía y cirugía (1579,
1592), de fray Agustín Farfán, Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias
(1591) de Juan de Cárdenas, Repertorio de los tiempos e historia natural de esta Nueva España, de Henrico Martínez (1606) y Sitio, naturaleza y propiedades de la Ciudad de México (1618) de Diego de Cisneros.
7 Para las variadas representaciones visuales del cuerpo en esta epoca, véase El cuerpo aludido. Anatomías y construcciones, México, siglos XVI-XX, México, Museo Nacional de Arte, CONACULTA
-INBA, 1998.
8 Véanse Ernst Kantarowicz, The King’s Two Bodies: a study in medieval political theology, Princeton, Princeton University Press, 1957, 1998, y Marc Bloch, Les rois thaumaturges, París, Gallimard, 1983.
9 Escobar, 1744, p. 175.
10 Farfán, 1592, op. cit., pp. 1r-3v.
11 Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, Madrid, M. Aguilar Editor, 1946, p. 448
12 Mathías de Escobar, Americana Thebaida, 1970, pp. 282-283
13 Ib., p. 285.
14 Para el análisis de esta creencia en la Europa occidental del siglo dieciséis, véase Michael Schoenfeldt, “Fables of the Belly in Early Modern England” en Hillman and Mazzio, eds., The Body in Parts, Routledge, 1997, pp. 243-261.
15 Escobar, 1744, p. 186
16 Saavedra Fajardo, 1946, p. 450.
17 Escobar, 1744, p. 184-185.
18 Ib., p. 185.
19 Ib., p. 204.
20 Ib., p. 196.
21 Juan de Rada, “Al Ilmo y Excmo Sr. Dr. D. Joseph de Carvajal y Alencastre”, en Escobar, 1744, s. p.
22 Ib
23 Para una discusión de este debate, véase Carlos M. N. Eire, The Art and Craft of Dying in eventeenth-Century Spain, Cambridge University Press, 1995.
24 Mateo Alemán, Sucesos de D. Frai García Gera, México, Viuda de Pedro Balli, 1613
25 Diccionario de autoridades, Madrid, Real Academia Española, vol. III, pp. 510-511.
26
Escobar, 1744, p. 17.
27 Ib.
28 Ib., p. 18.