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Mujeres, monstruos e impresiones en la medicina mexicana del siglo xix

C O N T E N I D O Saber, creencia y corporalidad PRESENTACIÓN Miruna Achim LAS ENTRAÑAS DEL PODER: UNA AUTOPSIA MICHOACANA DEL SIGLO XVIII Frida Gorbach MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES EN LA MEDICINA MEXICANA DEL SIGLO XIX Alexandra Stern MESTIZOFILIA, BIOTIPOLOGÍA Y EUGENESIA EN EL MÉXICO POSREVOLUCIONARIO: HACIA UNA HISTORIA DE LA CIENCIA Y EL ESTADO, 1920-1960 Héctor Santiesteban EL MONSTRUO Y SU SER 11 15 39 57 93 C O N T E N I D O D O C U M E N T O HALLAZGO DE UN MANUSCRITO INÉDITO DEL DOCTOR FRANCISCO HERNÁNDEZ: MATERIA MEDIÇINAL DE LA NUEUA ESPAÑA (Presentación de Miguel Figueroa-Saavedra) M I S C E L Á N E A Mario Teodoro Ramírez EL TIEMPO DE LA TRADICIÓN Carlos Herrejón Peredo MARCEL BATAILLON Y EL HUMANISMO MEXICANO EN EL SIGLO XVI María Aparecida de S. Lopes LA ECONOMÍA GANADERA EN CHIHUAHUA: LINEAMIENTOS GENERALES EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX R E S E Ñ A S Graciela Alcalá Moya CON EL AGUA HASTA LOS APAREJOS. PESCADORES Y PESQUERÍAS EN EL SOCONUSCO, CHIAPAS, 127 161 187 201 233 México, Centro de Estudios Superiores en Antropología Social, Centro de Investigaciones en Alimentación y Desarrollo y Centro de Investigaciones Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas, 1999 (MARIO H. RUZ, CENTRO DE ESTUDIOS MAYAS, UNAM) Javier Pérez Siller (coord.) MÉXICO-FRANCIA, MEMORIA DE UNA SENSIBILIDAD COMÚN, SIGLOS XIX-XX, México, BUAP, El Colegio de San Luis y CEMCA, 1998 (LAURA CHÁZARO, EL COLEGIO DE MICHOACÁN) Antonio Rubial García LA SANTIDAD CONTROVERTIDA, HAGIOGRAFÍA Y CONCIENCIA CRIOLLA ALREDEDOR DE LOS VENERABLES NO CANONIZADOS DE NUEVA ESPAÑA, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras y Fondo de Cultura Económica, 1999 (MANUEL RAMOS MEDINA, CENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA DE MÉXICO, CONDUMEX) C O N T E N I D O 238 245 MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES EN LA MEDICINA MEXICANA DEL SIGLO XIX F r i d a G o r b a c h UAM-XOCHIMILCO R E L A C I O N E S 8 1 , I N V I E R N O 2 0 0 0 , V O L . X X I 4 1 INTRODUCCIÓN l pensamiento de la generación de Aristóteles ofrece una definición de monstruosidad ligada no sólo a imperfecciones físicas sino también a deficiencias en la liga natural y visible entre progenitores y progenie. El monstruo disrumpía el estricto orden de la naturaleza; su apariencia rompía con la rigurosa ley de que los hijos debían parecerse al padre. Si el hombre llevaba en su semen la idea, la forma y la identidad del futuro ser, si él era quien suministraba el principio creador y proporcionaba el alma a la cosa, el hijo tendería a la identidad completa con el padre. El monstruo, apariencia extraña, desviación de la norma, era entonces hijo de la corporeidad femenina que envejece, corrompe y muere. Desde La generación de los animales se asociaba al monstruo con la imaginación y los deseos de la madre. Se creía que un ser deforme nacía porque la madre recordaba, atónita, la imagen de un objeto ausente. Un texto perdido atribuido a Empédocles, sugirió lo que se convertiría en una creencia popular: la progenie podía ser modificada por las estatuas y pinturas que la mujer mirara durante su embarazo.1 Los monstruos aparecían así como los hijos de una imaginación que literalmente imprimió en la progenie un parecido deforme a un objeto que no participó en su creación; el cuerpo del niño monstruoso, como una escritura, llevaba las marcas de los deseos violentos, escondidos, que movían a la madre en tiempos de concepción.2 Para la ciencia de la Ilustración ya no era posible pensar que la imaginación o los deseos de la madre fueran los responsables del nacimiento de criaturas monstruosas. El debate giraba alrededor de dos posturas: la doctrina preformacionista sostenía que los seres vivientes tenían des- E 1 Hipocrátes retoma esta tradición y menciona, por ejemplo, el caso de una dama blanca con esposo blanco que tuvo un hijo negro; las causas de “tan raro fenómeno” las atribuyó a “que en el momento de la concepción de aquel ser, la madre tuvo a la vista el retrato de un etiope”. Citado por Juan María Rodríguez, La Gaceta Médica de México, 1 de agosto 1887, p. 304 (En adelante GMM). 2 Sobre la concepción aristotélica de lo monstruoso y lo femenino véase Marie Helene Huet, Monstruos Imaginations, Cambridge, Harvard University Press, 1993. FRIDA GORBACH 4 2 de el origen todas sus partes, que los monstruos eran formados en el momento mismo de la creación; la doctrina epigenista, en cambio, escrupulosa ante la idea de que Dios pudiera crear criaturas monstruosas, explicaba las anomalías corporales por actos mecánicos y patólogicos que operaban en los primeros tiempos del desarrollo.3Amedida que las manifestaciones físicas y mecánicas cobraban peso, la madre era liberada del poder de la imaginación y de la responsabilidad de concebir monstruos. En México, en las últimas cuatro décadas del siglo XIX, justo cuando parecían descartarse las tesis aristotélicas, algunos médicos encontraron el momento para pelear contra las fuerzas sobrenaturales, las reminiscencias teológicas y la imaginación materna. Incrustados con toda naturalidad en la querella sobre los monstruos del siglo XVIII, los teratólogos mexicanos se pronunciaron por el epigenismo. El monstruo no podía ser castigo de dios, representante de la arbitrariedad o producto de los descarríos femeninos; los descubrimientos anatómicos y embriológicos mostraban que esos seres, al igual que todos los otros, tenían un origen normal, que lo sano y lo patológico, lo normal y lo aberrante, lo masculino y lo femenino, formaban parte de las leyes generales de una única naturaleza. Este ensayo trata sobre médicos, mujeres, monstruos e impresiones. Me pregunto de que manera las ideas aristotélicas molestaban aún a la investigación médica y hacia donde condujo la pelea que los teratológos mexicanos emprendieron contra ellas. Como si se tratara de un camino que aparenta no tener retorno, la ciencia que buscaba la salvación, construyó un nuevo encierro. La autoridad médica, que incluyó a todos los seres dentro de las leyes generales de la naturaleza, impuso nuevas prácticas para moderar las pasiones y contener al cuerpo, reglamentó su 3 Sobre las teorías del siglo XVIII véase Stephen Jay Gould, Ontogeny and Phylogeny, Cambridge, Harvard University Press, 1977; William Coleman, La biología en el siglo XIX, México, FCE, 1985; Román Ramírez, Catálogo de anomalías coleccionadas en el Museo Nacional, Precedido de unas nociones de teratología, México, Imprenta del Museo Nacional, 1896, xviii-xix. Acerca de la Querella de los Monstruos del siglo XVIII véase “The Age of Imagination” en Huet, op. cit, pp. 56-78 y Catálogo de anomalías..., pp. VI-VII Catálogo) Véase también Ontogeny. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 4 3 conducta y ató el individuo a una nueva tipología. La mujer liberada por el epigenismo de la responsabilidad de concebir un monstruo, aparecía culpable de su formación-deformación. La imaginación de la madre impresa sobre el cuerpo de su hijo monstruoso sería sustituida por un útero imperioso, impresionable, capaz de formar monstruos. El propósito de este ensayo es, pues, acercarme a los discursos médicos de lo monstruoso y lo femenino, establecer sus vínculos y encontrar allí el rostro de la violencia. LA LIBERACIÓN DEL CUERPO Juan María Rodríguez, el médico obstetra que estableció en México las bases de la teratología,4 se indignó cuando supo de un campesino que mató a un monstruo “por ser hijo del diablo”; se indignó también cuando “un buen amigo, respetable por su saber, me preguntaba si la monstruosidad cuádruple que ha poco describí había sido el producto de una unión ilegítima”.5 La medicina del siglo XIX se había propuesto liberar al monstruo de la muerte obligatoria y a la mujer de la culpa de haberlo parido. Para la teratología, el influjo de la imaginación materna en la producción de anomalías “no cabe ni puede caber en la ciencia”.6 Un monstruo nada tenía que ver con “un antojo u objeto vivamente deseado por la madre encinta”, con “un espectáculo conmovedor” como un incendio o una herida sangrienta, o con “un animal que causa repugnancia, como un gusano, un sapo, una víbora”. Para demostrarlo allí estaban los múltiples casos observados científicamente: “No me ha sido dado observar el influjo de los antojos y deseos en el éxito feliz o adverso de los partos: no he podido recoger a mi edad, ya avanzada, ni una sola observación que me muestre cual sea, y cuidado que cuento por centenas las mujeres 4 La teratología, ciencia dedicada al estudio de las anomalías y monstruosidades, fue fundada en Francia, en los comienzos del siglo XIX, por Geoffroy Saint Hilaire. 5 La Naturaleza, Periódico Científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, México, Imprenta de Ignacio Escalante, tomo 1, 1869-1870, p. 280. 6 El caso de una anomalía por división, GMM, 1 marzo 1888, p.106. FRIDA GORBACH 4 4 que han estado a mi cargo en las prácticas nosocomial y civil”. Si los cuerpos deformes fuesen hijos de mujeres que durante la preñez hubieran tenido sobresaltos, temores, caprichos o antojos, ¿qué sería de la especie humana? En el espacio de algunas generaciones no se verían sino figuras extravagantes, asquerosas y raras; porque, con efecto, hay poquísimas mujeres que durante su preñez dejen de experimentar deseos, sustos, congojas, sobresaltos, desvíos, o que no fijen su imaginación sobre un objeto raro y extraño.7 Desde los postulados de la anatomía trascendental y con la creación artificial de monstruos en el laboratorio, Geoffroy Saint Hilaire había mostrado en los comienzos del siglo que su formación seguía reglas precisas y leyes invariables, que al igual que todos los seres, los monstruos tenían un origen normal y pertenecían a un plan único de creación. Una anomalía se producía cuando el embrión se quedaba detenido en una de las fases por la que transita su desarrollo normal.8 La explicación al origen de los cuerpos anómalos estaba así en una lesión física ocurrida, después de la concepción, en las profundidades del cuerpo. Si se trataba de causas mecánicas, de regularidades y de leyes, entonces ¿por qué seguir temiendo a los desórdenes de la imaginación materna? Una anomalía se producía cuando una influencia externa afectaba el curso normal de desarrollo del embrión. En la búsqueda de esas influencias y no muy lejos de la teoría geoffriana, Juan María Rodríguez proponía un método de clasificación que fuera más allá del feto mismo. Si Geoffroy (Isidoro) había mostrado que el nacimiento de los pseudoencefalianos casi siempre era precedido de golpes u otras violencias exteriores, Rodríguez afirmaba: para que alguna vez puedan llegar a ser explicados fenómenos tan complejos como son aquellos que se refieren a las anomalías y a las monstruosida- 7 Juan María Rodríguez, GMM, 1 agosto 1887, p. 318 y 320. 8 Véase E. Geoffroy Saint Hilaire, Philosophie Anatomique des Monstruosités Humaines, París, 1822 . Véase también, T. A. Appel, The Cuvier-Geoffroy Debate: French Biology in the Decades bofore Darwin, New York, Oxford University Press, 1987; Evelleen Richards, “A Political Anatomy of Monsters, Hopeful and Otherwise” in Isis, núm. 85, 1994, 377-411. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 4 5 des que coexisten con las lesiones profundas del encéfalo, creo preciso que sean separados antes con cuidadoso método, y que la investigación sea llevada mucho más allá del feto mismo, pues en muchos casos se encontrará tal vez la causa de ellos en sus anexos o en el útero.9 Eran los golpes, los accidentes o las caídas la causa de las adherencias de la placenta al embrión y de la confusión de los “gérmenes”. De ahí que cuando un médico se enfrentaba a un monstruo, cualquiera que éste fuera, buscaba las huellas de la violencia: “Interrogada Juana si había recibido algún golpe o caído sobre el vientre durante la preñez, contestó negativamente, y atribuyó tanto el poco desarrollo de su hija cuanto su mala conformación, a un viaje de ida y vuelta a pie de aquí a Cuernavaca, entre el segundo y tercero mes del embarazo”.10 Rodríguez, por ejemplo, relata el caso de una mujer soltera, embarazada, que de “la respetable autora de sus días” recibió “fuertes golpes en los primeros tiempos del embarazo, acto inusitado que la decidió a dirigírseme para evitar la repetición de este hecho tan atroz y ponerse al cubierto de la divulgación de su deshonra dando a luz subrepticiamente al hijo de sus entrañas”; la Joven N.N. dió a luz, ante el asombro del médico, un cuerpo con eviseración de las entrañas y extrofia de la vejiga.11 Si era una “influencia anómala”, proveniente del exterior la que alteraba el desarrollo normal del embrión, entonces la madre quedaba liberada de la responsabilidad de concebir monstruos. La teratología descartaba así el influjo de la imaginación materna en la producción de 9 GMM, 1 abril 1871, pp. 132-33. 10 Anomalía por división. Juan María Rodríguez, GMM, 1888, p. 105. Entre las creencias más comúnes, estaba la idea de que largas e incómodas travesías, ocasionaban el nacimiento de un monstruo. En el caso de un monstruo darencéfalo, la partera Dolores Román informaba que “se hallaba esta mujer entre el cuarto y el quinto mes de este embarazo, cuando se vió obligada a hacer un viaje desde Silao a México, la cual la hizo sufrir graves molestias; luego que llegó a esta capital se bañó, y con eso se sintió aliviada; sin embargo, advirtió que los movimientos del feto ya no eran fuertes , sino muy débiles, y tres días antes de que yo la viera no los percibió más”(citado por Juan María Rodríguez, El Porvenir, Periódico de la Sociedad Filoiátrica y de Benefiencia, tomo III, 24 septiembre 1870, p. 48). 11 GMM, 1 enero 1885, pp.15-16. FRIDA GORBACH 4 6 monstruos: “No. La fuerza plástica sólo puede ser modificada y hasta contrarrestada por otra fuerza más positiva que la imaginación: por una violencia física, como la que producen los golpes, la sujeción del vientre, las caídas, las conmociones violentas”.12 DE LAS IMÁGENES A LAS IMPRESIONES MORALES En la nueva terminología médica ya no se habla de imágenes, sólo de impresiones. Y dentro de ellas hay lugar para los golpes, las caídas, los sustos y las penas. Porque la medicina del siglo XIX no establecía una diferencia tajante entre los hechos físicos, las alteraciones psíquicas y los caracteres morales. Todo formaba parte del registro de lo patológico; hasta las “anomalías sociales” debían tener una explicación fisiopatológica. 13 El término impresión había desplazado su significado. Ya no se trataba de imágenes sino de impresiones morales. Más que imprimir literalmente, la impresión refería a cualquier emoción o choque violento, al “efecto que causa en un cuerpo otro extraño”, o indistintamente, del “movimiento o emoción que las cosas causan en el ánimo”. En términos de manifestaciones mecánicas, el cuerpo monstruoso no llevaba impreso las huellas de imágenes extrañas, sino que cargaba el recuerdo de una impresión sufrida por el cuerpo de la madre: “Los parientes del niño atribuyen su deformidad a que la madre, durante su embarazo, ha asistido a su suegro que padecía de una úlcera cancerosa en la cara; como lo veía todos los días se impresionó vivamente”.14 12 Juan María Rodríguez, GMM, 1 agosto 1887, p. 321. 13 Sobre la diferencia entre los estados fisiológicos y patológicos véase Georges Canguilhem, The Normal and the Patological, Nueva York, Zone Books, 1992; Claude Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental, México, UNAM, 1960; Carlos M. Esparza, La herencia normal y patológica, México, Imprenta de Horcasitas Hermanos, 1881; Fernando Martínez Cortés, La medicina científica y el siglo XIX mexicano, México, FCE-SEP, 1987 (colección: La ciencia desde México, num. 45). Véase también los estudios sobre medicina legal, locura y alcoholismo que se publicaron en la GMM en la segunda mitad del siglo XIX. 14 Manuel Soriano “Teratología, feto monstruo. Lordosis”, GMM, 1867-68, p. 80. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 4 7 Sobre la influencia de las impresiones de la mujer en las cualidades físicas y morales de sus hijos había controversia. Juan María Rodríguez ponía sobre la mesa una estadística que mostraba que en el París de 1821, de las nueve mil mujeres que fueron madres con la reprobación de la sociedad, un mínimo porcentaje procreó monstruos. Ello le permitía concluir que una profunda pena no es una causa predisponente de la monstruosidad.15 Sin embargo, para una medicina clínica fundada no tanto en la experimentación y en la estadística como en la comparación, los casos que la experiencia y la historia mostraban podían convertirse en prueba suficiente. Morgagni había escrito acerca de la madre de un anencéfalo que “sufrió y lloró amargamente durante el embarazo”. “Arlaud y Roax cuentan que una cosa igual pasó a otra joven a quien el padrastro asustaba a menudo arrojándole sapos, animales a los que tenía una profunda aversión”. El mismo Geoffroy describe un caso en que la madre “se creyó perseguida, durante la preñez, por fantasmas y demonios que se agitaban en su derredor y la privaban de todo descanso, porque la remordían ciertas relaciones secretas que había tenido con un judío”.16 Los casos presentados por otros médicos impedían descartar por completo la idea de que detrás de los “embarazos penosos”, las “emociones fuertes”, los “accidentes, golpes sobre la región del vientre”, las “impresiones morales” estuviera la génesis de la monstruosidad. Así, un médico no podía dejar de preguntarse: “¿semejante teoría es cierta? ¿los hechos corresponden a ella? No entraré en esa cuestión escabrosa y hasta hoy no resuelta; hay bastantes hechos en la ciencia, pero no los suficientes para formular un axioma”.17 Juan María Rodríguez decía: esa influencia 15 Véase GMM, 15 enero 1872. 16 Burdach dice que Klein ha conocido una mujer que, al octavo mes de la preñez, experimentó un vivo terror al ver a su marido lleno de golpes, teniendo el lado izquierdo de la cara amoratado e hinchado, la nariz maltratada y el labio superior colgando: pues esta mujer dió a luz una niña en la cual el lado izquierdo de la frente y la parte superior del carrillo estaban cubiertos de una excrecencia fungosa y de un azul rojizo; la nariz estaba hinchada, el labio inferior azuloso y colgante”. Juan María Rodríguez, “Teratología. Descripción de un monstruo humano derencéfalo” El Porvenir, tomo 3, 24 septiembre 1870, pp. 55-56. 17 Soriano, GMM, vol. III, 1867-1868, p. 80. FRIDA GORBACH 4 8 enunciada en el Génesis, proclamada por Hipócrates, religiosamente conservada por la mayor parte de los autores, por las clases cultas e ignorantes, por las gentes de todas las creencias, de todas las nacionalidades y de todos los siglos, negada hoy por todos los positivistas, que no creen mas que “en lo que se ve” [...] debe ser una cosa real, puesto que los hechos citados en su pro forman un cúmulo imponente [...]18 Si antes el poder de la imaginación podía conseguir que el objeto ausente quedara impreso en el cuerpo monstruoso, ahora la impresión obraba en la memoria del cuerpo femenino. Petra Nieto, madre de un “idiota microcefálico”, “durante el embarazo tuvo la pena de perder a la autora de sus días, sin que otro padecimiento viniera a afectarla moralmente. 19 Así como una madre podía transmitir a sus hijos enfermedades, temperamentos, conductas extrañas, era capaz también de modelar la forma de su progenie. A través de la herencia, una noción tan misteriosa, incierta e impredecible como lo había sido anteriormente la de la imaginación materna, no sólo se transmitían enfermedades sino también temperamentos, recuerdos e impresiones.20 Más que de una noción entendida en términos estrictamente biológicos, la herencia refería a la memoria: el monstruo recordaba las penas sufridas corporalmente por la madre: “Aunque no hay ningún punto de contacto entre la deformidad del feto que ha presentado y la úlcera cancerosa que la madre vió, sin embargo, podría creerse que realmente haya tenido alguna influencia la impresión moral”.21 Una impresión moral hablaba de una pena que duele pero también que avergüenza. De esa manera la imagen desaparecía para quedar ins- 18 “Embriología. Caso de amputación intrauterinal”, GMM, 15 enero, 1872, 37-38 . 19 José Peón Contreras, “Teratología. Idiotía microcefálica” GMM 1 agosto de 1872, p. 269. 20 No es casual que las descripciones de las mujeres comenzaran por la definición de su temperamento: “Juana García, madre de un monstruo X oriunda del pueblo de San Ángel, de 24 años de edad, mala constitución, linfática, nulipara”; “La señorita x tiene 16 años de edad, temperamento linfático, constitución débil y delicada, estado cloro-anémico, puede decirse, como sucede desgraciadamente con la mayor parte de las jovenes de nuesta sociedad” (José María Reyes, GMM, 15 marzo, 1875, p. 105. 21 Soriano, GMM, 1867-68, p. 80. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 4 9 crita en la mirada. La medicina de la época no descartaba como un tema legítimo en controversia “la influencia de las miradas” en el desarrollo del embrión. Así, una mujer podía formar un monstruo no porque fuera madre soltera o porque hubiera cometido adulterio sino porque una mirada reprobatoria la perseguía. En este sentido, el teratólogo mexicano que había descartado el poder de la imaginación materna en la forma de los hijos, concluía así el estudio de un desprendimiento del pabellón de la oreja: Esto no quiere decir, sin embargo, que crea, con Ambrosio Paré, que las anomalías y monstruosidades de la organización en el hombre, los animales y hasta las plantas, obras sean de Satán. No. Pruebas hay a montones de que son precisos y legítimos consectarios de la infracción de las leyes establecidas por el Autor de la naturaleza, como las imperfecciones y vicios morales son corolarios de la infracción de las leyes divinas. Visto está. No se pueden violar nunca las leyes de la naturaleza sin tener una desgracia, como no se pueden violar nunca las leyes de la moral sin tener un castigo.22 UN ÚTERO IMPRESIONABLE Las cosas habían cambiado: si antes el vehículo de transmisión era la imaginación materna, ahora, con la ciencia teratológica y su énfasis en las causas materiales, el vehículo sería un órgano concreto, observable, localizable y capaz de padecer lesiones fisiopatológicas. El asiento material de las impresiones morales, la causa de las lesiones que sufría el embrión, estaba en el útero: todo convergía hacia él, todo parecía depender de su estado, contractibilidad, volúmen y consistencia. Sobre el papel del útero en la formación de los hijos había controversia. Más lejos de la anatomía patológica que de las enseñanzas hipocráticas, algunos médicos se oponían a elaborar el diagnóstico exclusivamente a partir de la lesión material; criticaban así el papel predominante otorgado al útero por muchos médicos y cirujanos europeos. En este sentido Leguía se preguntaba: “¿Llega el diagnóstico a su verdadero 22 GMM, 1 enero, 1885, p. 19. FRIDA GORBACH 5 0 complemento con sólo poner al alcance de la vista y el tacto las diversas alteraciones y variaciones de color, de consistencia, de volumen, de forma, de textura, de situación del cuerpo y del cuello del útero?”. Para este médico resultaba necesario llamar la atención sobre “la parte moral de las enfermas, y de los fenómenos histéricos, como elementos importantes que el diagnóstico anatómico, por muy perfeccionado que se le suponga, no puede suministrar por sí solo”.23 Pese a las críticas, todo parecía conducir, de forma inevitable, al órgano de la fecundación y la gestación. Incluso para médicos como Leguía el útero proporcionaba la explicación al estado general de la mujer; ese órgano contráctil la definía íntegramente. No muy lejos de Galeno, la matriz, órgano imperioso, exclusivamente femenino, sometía a su imperio prácticamente la totalidad de las acciones y de los afectos de la mujer.24 Una relación directa, evidente, se establecía entre la forma del útero y las características de una fisiología y una psicología muy vulnerables: “Día 22: El pulso era incontable y filiforme, la fisionomía expresaba terror; vociferaba sin descanso. El vientre estaba meteorizado y sensible a la presión; el útero grande móvil y doloroso [sic] vomitaba bilis a menudo”.25 Como si ocupara en las mujeres el lugar del cerebro, la matriz podía producir una “exitación extraordinaria y una agitación que puede llegar a trastornar hasta las facultades intelectuales”.26 El útero determinaba el “espíritu pusilánime” “que a veces se abate y teme en demasía” de las mujeres; él era el que definía los temperamentos posibles de las centenares de mujeres “de todas clases y posiciones, de todas edades, de diferentes educaciones y propensiones” que se sometían a la clínica obstetra: “mujeres melindrosas, coquetas, sentimentales, románticas, tontas, de talento, virtuosas, gazmoñas, resignadas, impacientes, valientes y cobardes”.27 23 “Filosofía Médica. Reflexiones sobre la filosofía médica y la localización”, GMM, 1864-1865, pp. 409 y 410. 24 Evelyne Berriot-Salvadore “El discurso de la medicina y de la ciencia” en Historia de las mujeres, Del Renacimiento a la Edad Moderna, España, Taurus, 1993, tomo 6, pp. 120-121. 25 “Clínica de obstetricia. Distocia por el cuello uterino”, GMM, 1870, p. 331. 26 GMM, 1 abril 1871, p. 135. 27 Juan María Rodríguez, GMM, 1 agosto, 1887, p. 319. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 5 1 Un monstruo podía explicarse por una caída, un susto, una pena, una mirada reprobatoria, en fin, por una impresión violenta sobre un cuerpo que se impresiona especialmente. Digamos que el procedimiento común en la producción de ciertas anomalías corporales era el siguiente: cuando una mujer se alteraba, el útero excitado modificaba su contractibilidad ejerciendo una presión sobre el embrión; sobrevenían entonces las adherencias de la placenta y las fusiones de órganos.28 Por ejemplo, el médico que había propuesto un método de clasificación que fuera más allá de feto mismo hasta llegar a los “anexos”, decía en la descripción de un monstruo humano darencéfalo: y acaso la mayor parte de los productos monstruosos que dan a luz las mujeres, y que tienen semejanza con los animales u otros cuerpos naturales, no sólo deben atribuirse a las concreciones viciosas formadas en las membranas del útero, ora por el moco, ora por la sangre, ora por las secreciones que le son propias, sino también, y muy principalmente, a los pólipos de la matriz, a las molas, a las placentas retenidas, las cuales llegan a tomar una figura insólita y casual. Advertimos que deben ser juzgados de la misma manera otros muchos productos que suelen arrojar las mujeres, especialmente aquellos que aparecieren bajo la forma de ranas, sapos, ratones, culebras, águilas, así como las que se asemejen a las cabezas de otras aves, de carneros de pescados, o tuviesen la apariencia de vegetales.29 Para la teratología no es ya el poder de la imaginación sino el de las impresiones el que juega una función en la producción de monstruos: la causa es mecánica y el útero su agente. Ahora los accidentes azarosos y las influencias morales poseen una fuerza capaz de alterar al útero e imprimirle formas caprichosas al cuerpo del hijo. 28 De acuerdo con las leyes de la teratología la línea que recorría las posibilidades de lo monstruoso iba de lo más leve a lo más grave y lo más grave se definía por el grado que había alcanzado la fusión de los órganos. Véase Geoffroy, op. cit. 29 El Porvenir, tomo 3, 24 septiembre, 1870, p. 57. FRIDA GORBACH 5 2 LA MODERACIÓN DE LAS PASIONES Sobre los mecanismos de la herencia, las enfermedades de mujeres y la producción de monstruos faltaban certezas: “Las causas ocasionales determinantes y eficientes de éstas y de otras anomalías por el estilo, son (y lo serán por mucho tiempo) un misterio impenetrable para los que dedican su tiempo a estudios teratológicos”.30 Sucedía que la nueva disciplina se enfrentaba con un “escollo difícil de remover” y “consiste en esa oscuridad, en ese sigilo, en ese misterio, que se advierte acerca de cuanto pasa en el recinto del sancta-sanctorum que por excelencia se llama claustro materno”.31 Los médicos que buscaban lesiones fisiopatológicas, reconocían el misterio que envolvía al útero. La feminidad no podía ser más que definida a partir de un órgano desconocido y extraño. Lo que sucedía en el interior del cuerpo femenino era tan incomprensible como el cuerpo del monstruo mismo. Ambos provocaban extrañeza: el monstruo se desviaba del curso normal de las cosas y la mujer era víctima de un órgano ajeno, que no terminaba de pertenecerle. El monstruo y la mujer-úteromadre componían así un binomio indisoluble: los ligaba la extrañeza y un vínculo de causa-efecto, porque las “desdichadas mujeres” víctimas de un útero vulnerable y temperamental, podían producir monstruos. La mujer que hacía tiempo había sido liberada de la responsabilidad de concebir un monstruo, de alguna manera aparecía culpable de (de)formarlo:32 el cerebro (del padre) concebía, y el útero, alterado, formaba hijos monstruosos. La extraña apariencia del monstruo, memoria de los desvaríos uterinos, rompía nuevamente con la ley aristotélica de las resemblanzas y la paternidad, no porque en el cuerpo tuviera impreso las huellas de una imagen extraña, sino porque el ser anómalo era hijo de un útero contráctil, cuyo funcionamiento normal estaba siendo alterado.33 30 Juan María Rodríguez, GMM, 1888, p. 106. 31 Juan María Rodríguez, GMM, 1 enero, 1885, p. 10. 32 Véase Huet, op. cit., p. 119. 33 Las leyes de la herencia tendían a legitimar el rol del padre mostrando como el organismo del macho era el elemento original en el proceso de evolución. Los monstruos MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 5 3 Tal como sucedía con la imaginación materna, el padre del monstruo había sido borrado. Los teratólogos no descartaban la posibilidad de que la deformidad viniera por la línea paterna; sin embargo, su trato era sólo con mujeres y raras veces se conocía al padre: “Con todo, si el presente caso es debido a la influencia hereditaria, pudiera suceder que esta causa se remontara en la línea paterna que, por desgracia, esta fuera de los alcances de nuestra investigación”. Además, la preocupación no estaba en los mecanismos biológicos de la herencia, sino en la identidad individual, en la transmisión de similaridades morfológicas, temperamentos y conductas. Por ejemplo, en el mismo estudio “Teratología. Idiotía microcefálica”, el médico no descarta el factor herencia, sin embargo, asegura que en Petra Nieto “algo debe de haber de trastorno psíquico o material en la organización de esa madre desnaturalizada, que después de abrigar en su seno al hijo que alimenta con su sangre, lo abandona criminalmente a merced del socorro de sus semejantes”.34 El monstruo pertenece así a la madre: sólo existe maternidad del hijo monstruoso. Entre las causas fisiopatológicas y el misterio, entre la liberación y la culpa, la medicina propuso la protección, disuación y regulación legal del comportamiento femenino. Si lo físico y lo moral estaban fundamentalmente atados a la biología, entonces la medicina podía no sólo localizar y clasificar las formas de desviación, sino también controlarlas en el cuerpo social.35 Podía ser que los monstruos y las mujeres se resistieran a incorporarse a la explicación material de la naturaleza, pero no podrían escapar a la ley moral. A fin de controlar los efectos de las impresiones morales, se intentó reglamentar las emociones, los deseos y las pasiones. Porque, como años más tarde diría el criminólogo Carlos Roumagnac, era díficil indicar con exactitud la diferencia entre la emoción y la pasión; si hay emociones violentas, hay pasiones, y la pasión no es rompían así con las leyes de la herencia, entendida ésta en su sentido legal: las leyes que gobiernan la herencia en favor del hijo mayor, el derecho a suceder los bienes del padre. Huet, op. cit., p. 105. 34 José Peón Contreras GMM, 1 agosto, 1872, p. 274. 35 Véase Jaqueline Urna and Jennifer Terry “Introduction: Mapping Embodied Deviance” en Deviant Bodies, USA, Indiana University Press, 1995, pp. 1-18. FRIDA GORBACH 5 4 más que una emoción permanente, “un deseo violento y duradero que domina por completo todo el ser cerebral”.36 Aun si se desconocían con precisión los mecanismos de funcionamiento del útero, existían posibilidades de evitar la formación de monstruos. Como parte de la terapéutica se incluían medidas para controlar los excesos uterinos. De esta manera, los médicos obstetras recomendaban a la mujer embarazada reposo y tranquilidad; de igual manera, en un intento por recuperar el equilibrio del cuerpo, recomendaban medidas para controlar los deseos desmedidos y apaciguar los ataques histéricos. La histeria, “la plaga del bello sexo”,37 condensaba, como ninguna otra enfermedad, los efectos de un útero contráctil, una sensibilidad vulnerable y un deseo excesivo. Entre los síntomas estaban la sensación de asfixia y las convulsiones: En seguida se verificaban las convulsiones, las que no se quitaban hasta que la vulva no estaba completamente humedecida de mucosidades vaginales […] Las convulsiones son más bien motivadas por causas que producen placer, que por las que originan dolor o disgusto. La música es [su] agente más poderoso […] y estos movimientos convulsivos se hacen al compás de los instrumentos, principalmente al de la tambora.38 La terapeútica sugería baños de asiento, agua fría, reposo, opio, éter sulfúrico:39 “Pensando en la causa de estos nuevos padecimientos, me ocurrió que quizás esta joven entregada a la masturbación, se lastimó y produjo una inflamación: la mandé bañar repetidas ocasiones y los fenómenos morbosos calmaron”.40 36 Años más tarde, Carlos Roumagnac, en su obra Matadores de mujeres reconoce que es difícil indicar con exactitud la diferencia entre la emoción y la pasión, “puesto que la emoción es fuente de que nace la pasión”. Define esta última como “un deseo violento y duradero que domina por completo todo el ser cerebral”. México, Imprenta de Antonio Enríquez, 1910, p. 7. 37 Ramón López y Muñoz, GMM, 15 marzo, 1875, p. 109. 38 Espejo, “Histérico”, Periódico de la Academia de Medicina, vol. 5, 1840-1841, p. 21. 39 Al respecto véase Carol Groneman, “Nymphomania: The Historical Construction of Female Sexuality” en Deviant Bodies, op. cit., pp. 219-249. 40 Periódico de la Academia de Medicina, vol. 5, 1840-1841, p. 22. MUJERES, MONSTRUOS E IMPRESIONES 5 5 Si la medicina clínica formulaba el diagnóstico y recomendaba una terapeútica, la medicina legal legislaba acerca de las conductas morales. Ambas estaban estrechamente ligadas. Los mismos teratólogos generalmente terminaban la descripción clínica del monstruo con una reflexión sobre medicina legal. Y es que si se quería prevenir su formación, resultaba indispensable controlar la violencia de las pasiones. Como si un cuerpo anómalo fuera testigo de los deseos violentos de la madre, se recomendaba prudencia, recato y moderación. Si las causas de las alteraciones del útero podían estar en el deseo y en la masturbación excesiva, en el caso de una mujer soltera e histérica por ejemplo, los médicos prescribían matrimonio. La medicina legal definiría así la edad correcta para contraer matrimonio, reglamentaría el derecho a la reproducción, penalizaría los “delitos de incontinencia” y el aborto.41 La mujer debía ser sancionada si cometía algún acto que rompiera con las “costumbres establecidas en toda sociedad organizada”. Porque la madre impresionada-apasionada, que intentaba abortar, que se masturbaba o cometía adulterio, que tenía hijos sin casarse, podía producir monstruos. El deseo excesivo desviaba, pervertía, “el instinto natural de reproducción”,42 y como esta función determinaba la identidad femenina, una mujer normal, recatada y noble, era de naturaleza moderada, pasiva. Y esto no está muy lejos de Aristóteles para quien la mujer debía ser materia que no interfiriera en la forma e identidad del hijo; la normalización de lo femenino por la medicina de la época tampoco estaba lejos del Renacimiento, cuando se sostenía que una imaginación sensible y moderada produciría un niño que se pareciera a su padre.43 41 Véase Luis Hidalgo y Carpio, Compendio de medicina legal, México, Imprenta de Ignacio Escalante, 1877, tomo I. 42 Roumagnac, op. cit., p. 8. 43 Huet, op. cit., p. 37.