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El monstruo y su ser

EL MONSTRUO Y SU SER 9 7 EL MONSTRUO EN LA CREACIÓN El monstruo sería, según la teoría tomista, un ser contingente. De hecho todos los seres, excepto Dios, son contingentes, pueden ser sin existir, no son necesarios ya que su esencia no determina su existencia. La existencia se entendería como actualidad de ser, y el ser puede dejar de existir, es decir, de ser actual (se puede o no existir ya que no se es necesario). Según esta teoría, Dios es, sin embargo, necesario. El monstruo sería el ser contingente por excelencia. En ocasiones su existencia determinada y perfectamente clasificada se muestra poco clara, por ejemplo en el tomismo. Santo Tomás, dentro de la ontología, distingue el ente real y el ente de razón. El ente de razón es aquel cuya existencia se remite y es propia del aparato psíquico (por utilizar terminología psicoanalítica moderna). Se trata de dos tipos de seres. Por decirlo de otra manera, que se oye más cercana por ser más moderna: los seres fenomenológicos por un lado, y los seres metafísicos, extrafenomenológicos o suprarreales por el otro. Los monstruos fabulosos serían para nosotros –utilizando lenguaje tomista– en el caso de que les negáramos existencia terrenal, entes de razón. Por otro lado, los productos de partos monstruosos son, tal y como lo eran para otro eminente santo, Agustín,2 entes reales; esto se debe a que el autor de La ciudad de Dios piensa sobre todo en las razas monstruosas y en los nacimientos monstruosos. Dicho de otra manera, los monstruos pueden ser reales o imaginarios. Dentro de los reales podemos contar con las mutaciones de seres normales que nacen desfigurados: animales u hombres con dos cabezas, sin algún miembro, con grandeza o pequeñez excepcionales, etcétera. Se trata de monstruos reales y tangibles. Por otro lado, dentro de los imaginarios, contamos con todos aquellos que son producto sólo de la mente y creación imaginaria humanas. Podemos presentar la siguiente máxima como la piedra de toque de la ontología teratológica: entre más extendido en tiempo y espacio aparece un monstruo determinado, es más un ente real; entre más veleido- HÉCTOR SANTIESTEBAN 9 6 la tipología monstruosa de tiempos pasados como para la de los actuales. Finalizo con una introversión-extroversión del hombre y el monstruo; a la reflexión sobre el monstruo sobreviene la reflexión del monstruo; la reflexión de nosotros mismos en el espejo del monstruo, la justificación del estudio del monstruo para nuestro propio conocimiento. ONTOLOGÃA TERATOLÓGICA El monstruo tiene su propia ontología teratológica. El monstruo está situado en su lugar correspondiente dentro del cosmos, sobre todo durante la Edad Media: se insertará dentro de la Creación. Ahora bien, como el mundo del monstruo y, más aún, el mundo de lo imaginario son demasiado amplios y complejos como para poder reducirlos con la ayuda de cualesquier sistemas; la opción no es reducirlo, sino ampliar ese mundo, intentar darle, si no una forma, al menos una inteligibilidad. El monstruo, si bien es una existencia en cierto modo plural, dada su conformación –muchas veces híbrida–, su forma y su sentido, se trata de una pluralidad que apunta a la unidad, ya que son varios elementos que forman un solo ser. Los elementos dispersos confluyen en un ser articulado, orgánico. Los monstruos existen en todos los niveles de la creación: desde el divino, hasta el mineral,1 pasando por los más comunes que son el humano y el animal. No obstante lo anterior, ni siquiera sobre su racionalidad hay una regla fija: en ocasiones el monstruo puede ser racional y en otras irracional; predomina, es cierto, la irracionalidad del monstruo; no obstante, indiscutiblemente, pertenece en esencia al reino de lo animado. 1 Efectivamente, para algunos autores como Antonius Bernia, editor de Aldrovandi, y Aldrovandi mismo, autor de tanta importancia para la teratología, los cometas son monstruos; en su Monstrorum historia (obra póstuma aparecida en Bolonia en 1642), Aldrovandi trata en el capítulo 12 sobre plantas monstruosas (p. 663 y ss.), tales como raíces que parecen hombres; raíces que parecen serpientes (p. 670). También apatece esta idea del cometa como monstruo en otros autores como J. L. Hannemann, Spiritus universalis mundo restitutus, Hamburgo, 1670. 2 (354-430), el celebérrimo obispo de Hipona, que en su obra, La ciudad de Dios, XVI, vii-ix, trata sobre monstruos