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Con el agua hasta los aparejos. pescadores y pesquerías en el soconusco, chiapas

RESEÑAS 2 3 3 GRACIELA ALCALÁ MOYA, CON EL AGUA HASTA LOS APAREJOS. PESCADORES Y PESQUERÍAS EN EL SOCONUSCO, CHIAPAS, MÉXICO, CENTRO DE ESTUDIOS SUPERIORES EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL, CENTRO DE INVESTIGACIONES EN ALIMENTACION Y DESARROLLO Y CENTRO DE INVESTIGACIONES SUPERIORES DE MÉXICO Y CENTROAMÉRICA DE LA UNIVERSIDAD DE CIENCIAS Y ARTES DEL ESTADO DE CHIAPAS, 1999, 287 P. Redondo como una tarraya, incisivo como una fisga, atrapador como una nasa, el libro de Graciela Alcalá es, din duda, un texto de litoral. Texto donde se erige el mar barrera para escameros y camaroneros y se explaya el mar umbral para los tiburoneros. Puerta de entrada para éstos, esclusa de cierre para aquéllos, a la manera de Despina –una de esas maravillosas ciudades imaginadas por Italo Calvino– situada en la costa, cuya figura cambia dependiendo de los afanes, temores y deseos de quien la contempla. El navegante la percibe poblada de palmeras con dátiles y camellos para emprender la travesía; quien viene del desierto la vislumbra en figura de navío donde surcar océanos. Texto etnográfico en el sentido prístino de la palabra, hoy tan devaluado, el de Alcalá se detiene en describir cuidadosamente los espacios geográficos: amplio recorrido por las costas del Pacífico, y su casi millón de hectáreas de sistemas lagunares, se entretiene en aproximarnos a las especies, las artes de pescar y las técnicas de captura (desde la factura de palizadas que recuerdan textualmente las descritas en los vocabularios coloniales hasta la electronarcosis que ha llevado a substituir al empleo prehispánico y colonial del barbasco), y dedica particular atención a recrear a los personajes que dan razón de ser al texto. A través de sus páginas los que malamente nos movemos en la etnografía de tierra adentro aprendemos no sólo a distinguir a los pescadores artesanales sino a diferenciar entre los tiburoneros, oficio reciente, de los camaroneros y escameros, oficio milenario. Diferencias que se borran al transitar en tierra firme, en esa Tapachula que engloba y casi deglute por igual a ejidatarios cafetaleros, caporales, vaqueros, finqueros y pescadores. Pese a ello, el referente vivencial, resulta claro, es el espacio costero, que no se detiene en la arbitraria línea fronteriza. De hecho, pese a su título, no es éste un estudio exclusivamente del Soconusco; por sus páginas desfilan los afanes de los inmigrantes centroamericanos; guatemaltecos, salvadoreños y hondureños que tejen historias amorosas, hetero y homosexuales, bajo la sombra de las palapas tiburoneras o en los cayucos que reco RESEÑAS 2 3 5 les les impide o desalienta para integrarse. Vicios propios de quien gusta de asomarse a los procesos históricos, la diada no puede menos que recordarme aquello que ocurría entre los indios empleados como naboríos en las villas españolas y los que vivían “bajo campana” en la época colonial. No debe creerse, sin embargo, que se trata de una monografía etnográfica más, es también un “Libro denuncia” en tanto Memorial de fracasos y conflictos. Alo largo de sus páginas la autora nos pasea desde las costas de la Baja California hasta Chiapas, pasando por Baja Sur, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero y Oaxaca, siempre mar abajo, persiguiendo camarones o cardúmenes de atún, anchovetas y sardinas en un recorrido donde con minucia casi sádica y crueldad implacable se van documentando niveles cada vez menores de captura, cifras y más cifras a la baja. Lo único que parece aumentar es el número de instalaciones abandonadas, los esqueletos de flotas atracadas y los colapsos económicos derivados de fluctuaciones en los precios en los mercados internacionales mientras el nacional sucumbe en la desatención, pues como bien muestra Graciela, se prefiere alimentar a los cerdos y a los pollos con harina de pescado que aliviar en algo las deficiencias proteínicas del pueblo. lo largo del texto, donde vemos como la ayuda mutua genera prácticas de reciprocidad y de solidaridad; si las tierras dividen las aguas hermanan. Se ha dicho que las fronteras son tierra de nadie, pero ésta, al menos, es tierra de todos. Más que frontera, bien puede considerársele una región; no es orilla de otros, sino centro de sí misma con respecto a los núcleos nacionales; un centro a su vez atomizado en otros tantos pequeños centros, como bien marca la tradición mesoamericana que hace de cada poblado el ombligo del mundo, con independencia de su ubicación, su importancia o su tamaño. Todo depende de quien y desde donde la mira. El espacio mesoamericano que confluye en la línea México-Guatemala es una gigantesca placenta maya capaz de nutrir innumerables cordones umbilicales. Por tanto, no sé si podría hablarse de procesos de “mexicanización” desde un punto de vista cultural, porque en estas tierras de frontera resulta particularmente difícil ubicar la especificidad de “lo mexicano”, en particular en corredores costeros: allí es costa entre nacionalidades y corredor de prácticas culturales, a diferencia de lo que ocurre –como observa con perspicacia Alcalá con los indígenas refugiados, cuya misma situación de dependientes viviendo en reservaciones especia- RESEÑAS 2 3 4 rren las cada vez más exiguas pampas de agua. Quienes nacimos en el sur hasta hace unas décadas, crecimos sabiendo que la única frontera de México era la que lo divide del Norte; la que marca ese territorio inhóspito donde viven los Otros. Por supuesto que se sabía de una línea en el Sur, pero una línea no es una barrera, mucho menos si corre a lomos de agua o serpentea entre selvas y peñascales. Allí no se levantaban muros ni alambradas, ni espiaba en las sombras el ojo descalificador de patrullas fronterizas. Uno nacía de un lado y podía morir del otro, habiendo acumulado en ambas partes amores, ahijados, deudas y compadres. Como bien muestra Graciela, el necio Sur se empecina en brillar con luz propia en cielo propio, dotando de distintas luminosidades el cuerpo de una Patria que a ratos se le escurre a uno entre los dedos a causa de sus escasas carnes o por exhibírnosla cubierta por una epidermis que no es suya más que por instantes y que cambia según la atalaya desde donde se le contemple. Original y multiforme, siempre idéntica y nunca la misma, en esta región la envoltura de la identidad se teje y desteje en el telar de lo cotidiano, que halla continuidad y correspondencia con el modo de ser guatemalteco, como se hace patente a Junto con el que Shoko Doode dedicó a la pesca de la sardina y a aquél en el que Micheline Cariño abordó la desastrosa historia ecológica de la Baja California, el texto de Graciela bien da para una trilogía del horror, la estupidez y el absurdo en muchas políticas gubernamentales, pero en éste se ven más claras las relaciones entre los “voluntades” presidenciales y la “vocación” de los asentamientos costeros. Mientras se desaloja a los pescadores para dar paso a desarrollo turísticos, perecen las larvas de camarón debido al aumento de temperatura de las aguas por la instalación de plantas, aumentan los drenajes que van a desembocar al mar y las áreas continuamente iluminadas, se perturba el ciclo de vida de peces que terminan flotando muertos “cansados de aboyar”, en su fatal atracción hacia un superficie siempre luminosa. Aquí se desgranan las experiencias de San Blas, Puerto Vallarta, Manzanillo, Ciudad Lázaro Cárdenas, Ixtapa-Zihuatanejo, Acapulco, Huatulco y Salina Cruz como antecedentes del aparatoso descalabro del antiguo San Benito, que vendría a coronar un impresionante rosario de incoherencias. Baste un dato: Pescado de Chiapas, S. A., la empresa cuya muerte fetal historió Graciela, realizó en forma exitosa sus pruebas de operación en 1991 y 1992 y vino a cerrar sus R E S EÑAS R E S EÑAS 2 3 6 2 3 7 Incluso las aguas interiores pierden sus espacios memoriosos, pues en tanto el mar aumenta las lagunas disminuyen en extensión y profundidad, y las pampas se desecan. Vacas y cultivos comerciales contra sistemas lagunares. Como bien apunta don Chus, uno de los personajes del libro, no se requiere participar de visiones apocalípticas para darse cuenta de que, para el mundo de escameros y camaroneros, “ya todo se está acabando”. Aunque de soslayo, es éste también un texto que permite asomarse a los espacios femeninos del mundo de los pescadores: desde las esposas o hijas que filetean tiburón, las que secan y salan camarones o se desempeñan como marchantas revendedoras de puerta en puerta, hasta las prostitutas que tiran su atarraya en el Pijuyal para atrapar a pescadores solteros o casados en día de pago. Como todo testimonio, el que Graciela Alcalá nos ofrece acerca de los pescadores y las pesquerías del Soconusco es parcial y perfectible. Alguien, puntillista en la forma, podría apuntar que si bien se trata de una edición en general cuidada, se advierte alguno que otro error en los topónimos de los mapas o cierto desliz ortográfico “de dedo”, quien gusta de la politología pedirá un poco de más atención a las políticas públicas y la polisemia de la lógica estatal (que en hecho de dos hileras de tambos soldados entre sí con una tarima de fierro cubierta de madera y con un corral de varillas, al que más tarde se le adaptó un chasis de automóvil para jalar la tiburoniza. Memoria no sólo de los hombres sino también del paisaje, que nos muestra como se acortan las posibilidades de reconocer y memorizar el territorio (y transmitir el conocimiento que de él se tiene) dados los acelerados cambios. Así por ejemplo, observamos como en su efímera historia, Pescado de Chiapas, S. A. contó sin embargo con tiempo suficiente para trastornar el hábitat (bordos de contención y drenado de desembocaduras lagunares), la economía del área camaronera (cuya captura cayó estrepitosamente), los espacios de vivienda y ocio de los pobladores (pues al cambiar las corrientes marinas provocó desaparición de playas y casas) y, por si fuera poco, modificó hasta su imaginario y las posibilidades de su memoria ritual, al inundar y luego arrasar el cementerio y así, muy a tono con el libro, poner a navegar a sus muertos. A cambio, se inauguran nuevos “cementerios” en el fondo del océano con los restos de los trasmallos que ya no son como antes biodegradables. Por muertos no paramos, aunque sean humanos los primeros y peces los segundos. puertas a principios de 1993 sin haber nunca funcionado más allá de 15 o 20% de su capacidad: ¿Los motivos invocados? Alto costo de operación e imposibilidad de contar a tiempo con atún e insumos suficientes. En el colmo del absurdo se llegó a traer el pescado desde Ensenada o La Paz, por tierra. Y todo ello en tiempos de embargo atunero, con los mercados internacionales cerrados. Al lado de la –lamentable– atención dedicada a la pesca de altura, se abordan también los problemas concretos de la pesca artesanal, inexplicable (y acaso afortunadamente) desatendida, que, a decir de la autora “surgen a menudo del antagonismo entre dos maneras distintas de entender su desarrollo”. Así, se prefiere desarrollar la pesca industrial acaso por un mal entendido prestigio. Los pescadores artesanales “son estrictamente invisibles” y cuando se dirige hacia ellos la mirada se les ve como incapaces de decidir por sí mismos, perpetuos menores de edad, como los indios. En eso, al menos, el Soconusco es indiscutiblemente chiapaneco. Texto etnográfico y analítico, Con el agua hasta los aparejos es también “Libro memoria”. Historia procesual que va del cayuco de guanacastle a la lancha de fibra de vidrio con motor fuera de borda pasando por la maravillosa historia del lanchón Contiki, ocasiones se muestra demasiado chata y homogénea); el amante de lo etnográfico gustaría encontrar mayor detalle, por ejemplo, sobre las casas/ embarcación como sitio en donde transcurre la cotidianidad y se urde el imaginario, o acerca de los lugares y momentos de ocio, descanso y juego: no faltará aquel interesado en lo sociolectos que añore los escasos espacios dedicados al sabroso y florido lenguaje de los pescadores... Sin duda los derroteros posibles eran múltiples –y en ello radica en parte la riqueza de cada libro, en constituirse en acicate para nuevos estudios–, pero hay que reconocer que la autora fijó su aguja de marear de manera impecable y logró llevarnos a puerto sin marearnos; empresa nada fácil, conviene insistir en ello, para una mujer navegando en una embarcación timoneada por hombres. Ahí radica también, a mi parecer, otra de las grandes virtudes y enseñanzas del texto, en mostrarnos que incluso en cuestiones de género y de investigación, las fronteras son procesos, lugares privilegiados para dejar de concebir tradiciones como meras herencias y hacerlas algo siempre actual, renovado y propio. Por eso mismo, al mismo tiempo, toda frontera es también una forma de vida, una ética y también ¿por qué no?, una estética y un sentimiento. RESEÑAS 2 3 9 RESEÑAS 2 3 8 No me resta por tanto más que agradecer a Graciela el haberme permitido compartir hoy la ética, la estética y el sentimiento que dieron forma a su libro. Mario H. Ruz Centro de Estudios Mayas UNAM JAVIER PÉREZ SILLER (COORD.), MÉXICO-FRANCIA, MEMORIA DE UNA SENSIBILIDAD COMÚN, SIGLOS XIX-XX, MÉXICO, BUAP, EL COLEGIO DE SAN LUIS Y CEMCA, 1998, 445 P. La publicación del libro México- Francia. Memoria de una sensibilidad común siglos XIX y XX que hoy tengo la fortuna de comentar,1 sin duda debe celebrarse. Y esto, no sólo porque forma parte de nuestra sospecha contemporánea de que la presencia gala en México va más allá de la invasión de un romántico emperador y sus tropas. También porque nuestras vivencias, pasadas y actuales, sobre el otro, el extranjero y su cultura, sus viajeros e inmigrantes; sus capitales e ideas, nos son poco conocidas. Es parte de la doxa del historiador mexicano que bajo la influencia francesa se esconden interesantes tramos de nuestra historia. Sin embargo, todo parece indicar que esa influencia, sin olvidar las de otras culturas, es un sentido poco indagado o, simplemente, abigarrado por nuestras fobias y querencias, por nuestro pertinaz olvido. Por todas esas razones, el libro que aquí comentamos es una valiosa aportación a la compleja tarea de adentrarse a las influencias del otro, en este caso, de los franceses entre el siglo XIX y el XX. El libro se propone como problemática central seguir las huellas que dejaron las relaciones franco-mexicanas desde una perspectiva prácticamente inexplorada. Javier Pérez, el coordinador, inscribe al conjunto de artículos que componen el libro en el análisis de las sensibilidades. Más allá de una lectura esencialista, ya sea de la cultura, de la política o de la psicología, su propuesta consiste en adentrarse en el discurso y prácticas sociales de las influencias y recepciones. En ese entramado, analizar el afrancesamiento mexicano como un mundo con prácticas e identidades propias, donde se realizaron intercambios de bienes económicos, políticos y culturales. En ese sentido, las sensibilidades son procesos subterráneos derivados de una compleja red de intercambios (conocimientos de viajeros, inmigrantes, mercancías y valores, capitales y culturas) que modificaron y alteraron tanto a los que recibieron las influencias como a los que las aportaron. Por otro lado, se pretenden analizar las relaciones franco-mexicanas desde un análisis braudeliano de los espacios geográficos de intercambio. Se busca rechazar una visión determinista de la globalización y, en su lugar, abordar las relaciones de influencias como procesos seculares y no lineales. En esa perspectiva, Francia, formaría parte de ese territorio de mundialización que, entre los siglos XVIII y XIX, consolidó un modelo dominante o central que resignificó al mundo occidental, impregnándolo de sus esquemas y formas de significar las relaciones sociales y políticas. Bajo estos criterios, los artículos se ordenan en cuatro temáticas: desde la historiografía, la economía y sociedad, hasta abordar la influencia gala en el urbanismo, la sanidad pública así como el mundo de las representaciones de relatos de viajeros, arquitectónicas y literarias. Ciertamente, esta visión posibilita cuestionamientos innovadores e interesantes interpretaciones históricas. Lejos de ser simplista, la lectura a la que invita este libro es compleja. Sin embargo, a la hora de bajar al terreno, el libro no agota cabalmente los objetivos analíticos propuestos en un principio. Como lectora, quizá ansiosa, extraño un análisis más explícito del problema de las sensibilidades. Uno que profundice en lo que significa hablar de la comunidad de sensibilidades entre México y Francia. Con todo, esta obra es una sólida discusión del tema. Y, con el atrevimiento del que poco sabe, les invito a recorrer el libro preguntándonos sobre los límites de esa imagen de sensibilidades comunes entre México y Francia que el libro maneja; pues, ¿por qué postular como común dos experiencias tan distantes como la mexicana y la francesa? La intención aquí es simplemente interrogarnos cuánto lo común es parte de las representaciones y preocupaciones de nuestro mundo. El libro abre cuestionándose sobre las prácticas de escritura y difusión de los historiadores mexicanos, franceses y extranjeros del siglo XX, interesados en la influencia francesa en México. El ensayo “Historiografía general sobre México y Francia. 1920- 1997” de Javier Pérez Siller analiza las prácticas de escritura y de difusión ligadas al contexto y las preocupaciones políticas de los que pretenden iluminar el pasado. Revela así la obsesión mexicana del siglo XX por volver, una y otra vez, al trágico episodio del 1 Este texto lo leí en la presentación del libro organizada por la doctora Chantal Cramaussel, del Centro de Estudios Históricos en noviembre de 1998. Quiero advertir que, por cuestiones de organización de la presentación, este comentario se concentra en seis artículos del libro. RESEÑAS 2 4 1 RESEÑAS 2 4 0 Segundo Imperio, en contraste con el olvido del episodio al que los historiadores franceses condenaron. Discute como la historiografía sobre la relación México-Francia, producida a lo largo del siglo XX, no se ha limitado a enseñar; también ha legitimado sus instituciones del presente con las experiencias del pasado. Señala, por ejemplo, que las obras dedicadas a la presencia francesa en México, escritas en las primeras cinco décadas de este siglo, se alimentaron del naciente nacionalismo militante. Revivir la presencia francesa, significaba, para la mayoría de los textos que el autor analizó, vivir dentro de un contexto de legitimación de los ideales revolucionarios. Según Pérez Siller, las prácticas de escritura y de difusión son parte creadora de esa sensibilidad común que el libro postula. Como los otros autores de la obra, Pérez Siller reconoce que los historiadores del siglo XX que se han ocupado de la relación Francia-México privilegian imágenes y representaciones de la influencia francesa desde una perspectiva gala y no mexicana. Frente a esta constatación, el autor se pregunta, porqué ciertas imágenes, como el éxito de los “barcelonnettes”, son predominantes, al grado de crear mitos sobre la presencia francesa en México. Sus respuestas se debaten entre la necesidad de hallar nuevas fuentes historiográficas y la exigencia de plantearse otras interpretaciones que contesten a preguntas como: ¿cuál era la vida de los habitantes de las rancherías, de los pueblos y las haciendas alrededor de las colonias francesas implantadas en México?, ¿cuál fue la actitud de la gente ante la represión del Imperio?; en fin, ¿cuál fue el impacto de lo francés en las regiones rurales y urbanas mexicanas que transitaban entre lo antiguo y lo moderno? Estos cuestionamientos que no aparecen con respuestas claras en el resto del libro, parecen ser el signo de su propuesta: descubre un vacío, no colmado, entre las imágenes producidas por los historiadores de la migración francesa y otras interpretaciones que pudieran (¿deberían?) hacerse a partir de la problemática de las sensibilidades. Y como si fuera irremediable, el enfoque de la sensibilidad se enfrenta a la sensiblería de la historia que obvia problematizar la implantación francesa y sus intercambios con los nativos que los recibieron. El texto de Patricia Arias “Los franceses en México: una mirada desde la historiografía regional” reitera esas preguntas. Señala la ausencia de estudios finos sobre la presencia francesa en la provincia mexicana, las reacciones y los acomodos de estos personajes en la economía y sociedad tanto del siglo XIX como de principios del XX. Enfatiza que, más allá de las historiografías dedicadas a las colonias de comerciantes, existen pocos estudios que se pregunten acerca del cómo se asimilaron y por qué rechazaron la presencia del venido de ultramar. La idea global del libro es que no sólo la fuerza de las armas y de los capitales franceses explican el profundo proceso de asimilación y adaptación de lo gálico en tierras mexicanas. Se sostiene que en el siglo XIX se creó un medio afrancesado, que convirtió lo venido de Europa en un ideal deseable y deseado. Que ese medio, con el tiempo, se hizo parte de las representaciones públicas y de los intereses de la élite que buscaba un lugar en el mundo moderno dominante de la época. Bajo esa interpretación, la ansiada identidad del país encontró en las ideas francesas fuentes para su imaginación: la moda, los gustos, hasta las ideas científicas. Dos artículos abordan parte de este problema, analizando la influencia francesa en las ideas médicas mexicanas de fines del siglo XIX y principios del siguiente. Uno es el ensayo de Paul Hersh Martínez, “Influencia de la fitoterapia francesa en México y el cometido de una terapéutica individualizada” y el otro “Entre la tolerancia y la prohibición de la prostitución” de Rosalina Estrada Urroz. Abordan respectivamente, el pensamiento clínico, terapéutico y el higiénico mexicanos. Muestran fehacientemente que esos saberes estaban inspirados, en dogma y práctica, en las ideas médicas francesas de la época. El primero se centra en la influencia que ejerció la fitoterapia francesa en México, entre 1900 y 1940, justo antes del dominio arrasador de los antibióticos. Aborda la obra de los doctores Juan Manuel Noriega y Guillermo Parra, miembros de la Academia Mexicana de Medicina y defensores del uso terapéutico de las plantas. Por su parte, el artículo de Estrada Urroz analiza el reglamentarismo higiénico prostibulario de fines del siglo pasado mexicano revelando las influencias de la higiene francesa en el espíritu reglamentarista de la prostitución y, habría que agregar, de otros “vicios”, de la higiene del siglo XIX. Según la autora, el código sanitario de 1891, en lo tocante a la prostitución, estuvo inspirado en la Ley de policía decretada en el Imperio. Desde ahí, recorre una serie de textos de médicos mexicanos en los que se delata la huella del higienista francés Alexandre Jean Baptiste Parent Duchatelet, miembro del movimiento higienista francés agrupado alrededor de los Annals d’Hygiène Publique er de la Médicine Légale (1829) y autor de De la Prostitution dans la Ville de Paris (1836), uno de sus libros más conocidos en México. RESEÑAS 2 4 2 RESEÑAS 2 4 3 Ambos artículos, son interesantes muestras del problema de historiar las ideas de una época. Pues, aunque demuestran la influencia gala en la obra médica mexicana dejan sin explicar ¿por qué esas ideas francesas se hicieron parte del sentido común de los médicos mexicanos en materia de terapéutica e higiene? Por ejemplo, Paul Hersh no habla de otras interpretaciones en las que se debatía la terapéutica nacional. Dado su material historiográfico, cabe preguntarse si la fitoterapia mexicana abordada por el autor se desarrolló por la influencia francesa o, más bien, para rescatar a las plantas medicinales por su asociación histórica a lo mexicano y a las costumbres indígenas. En el artículo de Estrada Urroz, aunque en menor medida, sucede algo similar. Si bien prueba la influencia francesa en la higiene prostibularia no se cuestionan ¿por qué el célebre texto de Parent Duchatelet, y no otro, se hizo norma, guía e inspiración de los higienistas mexicanos? Puesto en otras palabras, más allá de la corroborada influencia francesa, dejan en el vacío la cuestión de la sensibilidad común. Así, puede uno preguntarse si se trató de una adopción de las ideas médicas francesas o simplemente de un ropaje que escondía la aspiración mexicana por hacer de los padecimientos de su sociedad, padecimientos modernos. Pongamos otro ejemplo. El año de 1864, en el seno de la Comisión Científica y Literaria de México, médicos franceses y mexicanos se sumergieron en una larga discusión originada por la preocupación de uno de sus miembros, el médico francés Carlos Ehrmann. Este médico se preguntó si la fiebre tifoidea que reina en México, “a la cual se le aplican también los nombres de tifo, de fiebre petequial, de tabardillo, ¿es la misma enfermedad que la fiebre tifoidea de enteritis foliculosa de Europa?”.2 El doctor Luis Hidalgo y Carpio, otro miembro de la Comisión se había planteado preguntas similares. En su práctica diaria había observado que los síntomas y signos revelados por los enfermos mexicanos de fiebre tifoidea no eran similares a los reportados por los franceses. Poniéndose a discusión el asunto, los miembros de aquella Comisión tuvieron que aceptar que el problema, por el momento, no tenía soluciones definitivas. Pues una cuestión puramente clínica estaba encadenada a preocupaciones morales más generales. Si se concluía que la raza mexicana enferma de tifo, debido a la exoticidad del clima, asevera otro tipo de síntomas que los franceses, entonces los mexicanos estaban condenados a estar fuera de la ciencia moderna y de sus generalizaciones. Aún más, ello podía implicar también que por su naturaleza racial, los mexicanos no podrían gobernarse con leyes ilustradas y justas. En cambio, si se concluía que el tifo mexicano no era un padecimiento diferente al tifo francés era posible pensar que los médicos franceses estaban equivocados o que la medicina mexicana no había alcanzado el estatus de ciencia equivocando sus observaciones. Las soluciones a esta discusión, que duró casi todo el siglo, no fueron ni simple imitación ni ciego rechazo a las ideas francesas. En este contexto, cabe nuevamente preguntarse, más allá de afirmar las influencias teóricas francesas en la medicina mexicana ¿qué valores y preocupaciones guiaban las lecturas mexicanas de las ideas francesas? ¿En qué medida se puede hablar o no de una sensibilidad común entre franceses y mexicanos en caso de la clínica? Si la respuesta es sí, ¿cuáles son los límites de esa comunidad? Quizá uno de los terrenos más idóneos para analizar estas migraciones y transmutaciones de las ideas mexicanas y francesas sea el terreno de lo imaginario, lo estético y lo literario. Como lo señala el texto de Chantal Craumassel, intitulado “Imagen de México en los relatos de viaje franceses”, los viajeros franceses que recorrieron México antes de la intervención, produjeron relatos cuyas imágenes se convirtieron en un sentido común del viajero francés. Pero, como lo señala la autora, esas imágenes aunque pretendían ofrecer diagnósticos “objetivos” o pretendidamente científicos no eran copias de lo real, sino productos de una cierta mirada, previamente construida y orientada. Esos relatos son producto de lo que Alejandro Von Humboldt quiso poner al descubierto. Aquel viajero romántico y científico se volvió, al decir de Craumassel, en el modelo de los franceses que le siguieron. Así, esas narraciones de aquellas miradas ansiosas y viajeras dieron cuenta no de lo real sino de un cierto tipo de mexicano. Produjeron un paisaje y costumbres de mexicanos y mexicanas al modo y estilo de una sensibilidad cargada de prejuicios que no fueron, necesariamente, absorbidos sin contradicciones. Pues, muchas de esas imágenes no necesariamente formaban parte de los prejuicios que los visitados tenían de sí mismos. Quizá uno de los terrenos donde más claramente se ven los límites de una sensibilidad compartida es el literario. Aquí, como en el caso de la ciencia, se recurre a metáforas que esconden los más profundas deseos de una sociedad. En el ensayo de Adela 2 C. Ehrmann, “Tabardillo et fiévre Typhoide d’Europe” en Gaceta médica de México, miércoles, 1 de marzo de 1865, p. 188. RESEÑAS 2 4 4 RESEÑAS 2 4 5 E. Pineda sobre la Revista Azul (1894- 1896) son claras las influencias francesas limitadas a las preocupaciones morales de quienes se afrancesaron. La autora analiza las ambigüedades de la Revista Azul y de algunos de sus autores, entre ellos, a Manuel Gutiérrez Nájera. Muestra como este poeta al mismo tiempo que se dice partidario del decadentismo francés, lo niega. Para esa generación de literatos mexicanos adheridos a la Revista Azul, la adopción del decadentismo representa una ventana abierta a lo moderno: los hacía aparecer como críticos del positivismo y de la racionalización traída por la industrialización y el trabajo. Aliarse a la figura de Arthur Rimbaud los revestía, según la autora, de una postura crítica a la moral decimonónica, entregándose a la ansiedad erótica de los cuerpos. Se postulaban como héroes privados de la razón, pero plenos de una sensibilidad casi enfermiza. Sin embargo, como lo muestra la autora, esos postulados convivían con los valores éticos de una generación porfirista y moralizadora. Gutiérrez Nájera, al mismo tiempo que se definió decadente, sostuvo valores convencionales sobre la mujer como madre y reproductora, al grado de acogerse en una ética positivista del trabajo y de respeto a los valores católicos. La postura de Nájera no es, creo, distante a los ejemplos aquí comentados. Es en esta ambigüedad en la que se fundan las influencias galas sobre México, en las que se revelan los límites de las sensibilidades ya sean políticas, estéticas o culturales entre las dos culturas. Ante este breve recorrido surge insistente la pregunta ¿se trata de una sensibilidad común? ¿En qué dominios de ese medio afrancesado se afirma, en cuáles no? Para terminar sólo quisiera agregar que para reconocer una posible comunidad entre mexicanos y franceses, ciertamente, intervienen (han intervenido) prejuicios y doxas. Hoy la presencia y la influencia francesa no atentan, de forma evidente, a nuestros sentimientos mestizos y nacionalistas como la americanización y la trasnacionalización neoliberales. Pero, si esa influencia gala parece ubicarse en nostálgica vida decimonónica, sigue siendo, como bien lo señala el editor del libro, parte del viejo problema mexicano del forjar una identidad con respecto a los otros. La presencia de Francia en México, inevitablemente alude a la identidad nacional: el ser parte del mundo y, al mismo tiempo, estar fuera de ese mundo moderno y civilizado: ayer del europeo, hoy del angloamericano. Pero, aún y reconociendo este complicado aspecto del problema, podemos pensar que si el trabajo de historiar e interpretar no consiste únicamente en obtener más datos, sino en un complejo trabajo de (re)construcción, entonces nuestras interpretaciones sobre las relaciones México y Francia están recortados a imagen y semejanza de nuestros deseos y, porque no, también de nuestros padecimientos. Así, en este problema de abordar la relación México-Francia, más allá de las malquerencias y los olvidos, es deseable reconocer no sólo las sensibilidades pasadas sino también las propias. El historiador, como el médico, lee el cuerpo del pasado, pero sólo hasta donde puede soportar el dolor de esa lectura. Como lo señaló Pérez Siller en su artículo, las escrituras de la historia están atravesadas por el contexto de los autores, por sus fantasías y miedos. Este no es un padecimiento de unos cuantos es quizás el signo del historiar. Así, si nos ejercitáramos en el reconocimiento de cuán abarcantes son los sentidos comunes en la historia, cuánto secreta o trágicamente formamos parte de ellos, podremos ver las formas, límites y profundidades de las sensibilidades entre mexicanos y franceses. Sin duda, ese trabajo ya comenzó en cada uno de los textos que componen el libro aquí comentado. No tengo más que felicitarles por revelarnos tan interesante y sugerente lectura. Laura Cházaro El Colegio de Michoacán ANTONIO RUBIAL GARCÍA, LA SANTIDAD CONTROVERTIDA, HAGIOGRAFÍA Y CONCIENCIA CRIOLLA ALREDEDOR DE LOS VENERABLES NO CANONIZADOS DE NUEVA ESPAÑA, MÉXICO, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO, FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Y FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, 1999, 323 P. Como si una sombra extraña se ciñera contra México, la santidad reconocida por Roma de algunos personajes preclaros del pasado no ha cristalizado hasta nuestros días. Será que, como se pensaba en algunos círculos eclesiásticos del virreinato, ¿sólo la Guadalupana basta? ¿Para qué recurrir a la presencia de otros modelos de perfección si María vino en persona al cerro del Tepeyac en su imagen de India morena?. Hoy, el tema de la santidad ha sido renglón polémico de periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Se trata de la lucha que sostienen algunos dirigentes de la Iglesia por subir a Juan Diego a los altares, lo que ha inquietado al clero. Con ello la antigua polémica entre aparicionista y antiaparicionistas ha cobrado nuevo vigor. El resultado, la clara intromisión de los poderes eclesiásticos, la publicidad de la vanidad y humildad de algunos dirigentes de la Iglesia y finalmente la división de la institu RESEÑAS 2 4 6 RESEÑAS 2 4 7 ción, escándalo en algunos círculos cercanos y sensibles a estos grupos. Y en este contexto aparece la obra de Antonio Rubial. La Santidad controvertida, publicada por el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. Viajar por la historia a través de la lectura de libros y documentos al mundo maravilloso de la Nueva España es una experiencia. Adentrarnos en el mundo de las ciudades virreinales, el boato de los virreyes, los viajes accidentados de aquellos que venían de la Península, ricos y pobres, los que recorrían el norte y sur de México, la vida cotidiana, pintura, arquitectura, el estudio de la economía, las minas de plata, los caminos de protección para las mercancías, las fiestas, etcétera, nos provoca nostalgia y un interés particular de aquellos que somos sensibles a ese mundo. Por ello, la tarea del historiador consiste en tratar de desentrañar las diferentes problemáticas de la historia de México para un mejor conocimiento del pasado. El mundo mágico, a veces enredado y poco comprensible por extraños y ajenos, cristalizado en la historia de la Iglesia, del clero regular y secular, de las monjas, las beatas, los misioneros, los arzobispos, los ermitaños, la religiosidad popular es apasionante. Y más que probado y comprobado con este libro donde la santidad o las ansias de algunos grupos de individuos por lograr canonizaciones y beatificaciones quedan al descubierto en cinco ejemplos concretos. El libro de Antonio se abre con una cita a la que el autor se ha acercado en varias ocasiones. Son las palabras de Edmundo O´ Gorman en que pone de manifiesto la importancia de los viajes al interior del alma frente a las aparentes grandes expediciones en el Nuevo Mundo, concretamente a las Californias o Filipinas. El conocimiento de la profundidad del ser es infinitamente superior a cualquier acontecimiento del mundo. La conquista del mundo interior del hombre es superior a la invasión del mundo que lo rodea. El autor afirma en su introducción que los casos que presenta para su estudio y análisis no constituyeron una elección propia. Fueron los ejemplos de cinco siervos de Dios a los que se les inició un proceso de beatificación en la época virreinal pero que no llegaron a los altares. Con ello, en estos casos se ven representados los modelos hagiográficos más comunes en el ámbito novohispano: el ermitaño, el mártir del Japón (no Felipe de Jesús), la religiosa, el obispo y el misionero. El libro está dividido en siete capítulos y un epílogo. En la introducción, Antonio Rubial plantea la problemática que resuelve en el texto. Basado en la gran cantidad de impresos que revisó, algunos de ellos no estudiados, se plantea la problemática de las líneas narrativas que abordará en su estudio: la hagiografía, la recepción de la figura mítica y las reconstrucciones de los procesos de beatificación. Quizá donde más ahonda porque los textos le abrieron este camino fue en la línea hagiográfica novohispana, la que se diferencia de la europea por su abarrocado lenguaje tan particular. Para no caer en los errores de lectura plantea que son resultado de la copia de un modelo y que la tarea es descubrir aquellos que nacen de su adaptación a una situación histórica concreta. Por eso lleva a cabo una nueva revisión de la lectura de textos, los que finalmente nos acercan a la realidad de la historia virreinal novohispana aún cuando se escribieron en términos hagiográficos. Lo que en el siglo XIX y buena parte del XX fue criticado y desdeñado, hoy vuelve a ser fuente de inspiración para una obra como La santidad controvertida. Los historiadores se remontan a estas fuentes que también son historia nacional. Un primer capítulo nos introduce al cristianismo primitivo. Desde los siglos IV y V donde los restos de los santos mártires y ermitaños son trasladados a espacios reconocidos. Así se inició toda una concepción extraordinariamete rica de un mundo sobrenatural que permeaba a la sociedad de la Europa Occidental y de Egipto. Algo similar a lo que los griegos y romanos en épocas clásicas manifestaban en sus mitologías, aunque en el cristianismo se probaba la presencia de un único Dios verdadero con la figura de aquel que murió en la cruz, resucitó y prometió volver. Un mundo que aún permea las sociedades de Occidente. Es una revisión teológica e histórica que enmarca el resto de la obra y que sitúa los procesos históricos. Con la búsqueda y el descubrimiento de los cuerpos de los mártires se produjo el fenómeno de la aparición de las reliquias y con ello los milagros. Las narraciones se multiplicaron y nació allí precisamente el género hagiográfico con una riqueza de imaginación. El autor nos lleva cuidadosamente para señalarnos los acontecimientos más representativos en la Edad Media. El nacimiento del monacato, el establecimiento de la institución eclesiástica con todo su peso ideológico. La aparición de los primeros reconocimientos de hombres y mujeres que propuso como modelos a seguir, fueran de zonas urbanas o del campo. La Iglesia institucional manifestaba una nueva era de orden y control. RESEÑAS 2 4 8 RESEÑAS 2 4 9 Quien no cabía en estos postulados no tenía presencia reconocida. Caso representativo, los ermitaños que mostraban otro camino, el no institucional. La mujer fue ocupando también un espacio importante, aceptado por clérigos, aun cuando a partir de los siglos XII y XIII tuvo mayor control. La revisión historiográfia del autor llega a los tiempos de la Contrarreforma en el siglo XVI. Y a partir de allí lleva un concienzudo análisis de la hagiografía barroca, la que dio oportunidad a los novohispanos de expresarse de una manera sumamente original y libre aunque sin la transformación del contenido de las vidas de los santos medievales. El análisis llega en el libro hasta el siglo XVIII, lo que le permite llevar a cabo un estudio de un tiempo de larga duración para ver con claridad los procesos de los venerables no canonizados en México. Un segundo capítulo está relacionado con la historia de la Nueva España, al que intitula “Una tierra necesitada de maravillas”. Deja clara la necesidad de los novohispanos por crear o recordar a héroes. Se recorre el camino de la utopía evangelizadora (1524-1550) donde España posó sus misioneros con la idea de imitar el modelo de la Iglesia primitiva y de donde salieron los primeros ejemplos de santidad. La sacralización del espacio (1150-1620) donde se revisan las crónicas de principios del siglo XVII que quieren restaurar un orden sagrado y la tercera etapa, “La religiosidad criolla (1620-1750)”, donde la Iglesia novohispana se contemplaba a sí misma como una cristiandad elegida. Los capítulos subsiguientes se abren con la narración de pasajes acogedores logrando abrir el camino del interés del lector. “Catarina de San Juan, la china poblana murió con olor de santidad. Con ocasión de las exequias el pueblo, los clérigos y regulares se abalanzaron sobre el cadáver para arrancarle a pedazos mortaja, orejas, dedos y cabellos”. O cuando nos introduce al capítulo del obispo reformador, relatando parte de la vida del arzobispo Aguiar y Ceijas: “vestido con una sotana raída, sólo dejaba traslucir la dignidad episcopal por un anillo en su dedo anular que los fieles besaban con veneración [...] que era muy dadivoso porque una parte considerable del salario episcopal era entregada por el prelado a los pobres y a los hospitales, de tal manera que se calculó que había repartido cerca de dos millones de pesos”. Con los ejemplos de los textos anteriores se inicia toda una interpretación de la cultura barroca, un claro indicador de numerosos fenómenos sociales. Una cultura obsesionada por lo religioso y por los contrastes violentos frente a un aparato represivo que controlaba las manifestaciones populares e impedía intentos devocionales que se alejaran de los cánones propuestos. La población compuesta mayoritariamente por castas otorgaba su propio estilo a las fiestas entre paganas y cristianas. El criollo, el grupo novohispano con una identidad definida se destacó en el ámbito de lo barroco y sus demostraciones fueron un maravilloso lenguaje para manifestar ideas. Y precisamente por definirse entró en pugna con los peninsulares quienes lo veían no como un igual sino al contrario como alguien que no tenía el don de haber nacido en la penínusla. El criollo necesitaba de una presencia sobrenatural para poder completar su identidad y su lucha frente a lo europeo. Una forma de mayor arraigo porque Dios le había dado su lugar en el mundo. La búsqueda de prototipos de hombres que habían vivido en el territorio novohispano era su salida. De allí la necesidad, casi la necedad de buscarlos. Y aun cuando los encontraron dentro del imaginario santoral novohispano, no eran ellos los que decidían colocarlos en los altares, sino la propia Roma. Desde la Santa Sede, la Sagrada Congregación de Ritos exigía pruebas para llevar a cabo los procesos. Pero también había un costo material, mismo que la generosidad de los novohispanos cubrieron y con más. Pero entre los trámites burocráticos, las guerras, las pruebas no contundentes se detuvieron los procesos. Sólo un beato hizo su aparición en la primera mital del siglo XVII: Felipe de Jesús, mártir del Japón. En realidad, es el único santo que hay en México cuando fue proclamada su santidad hasta 1682. La Guadalupana no necesitó de la aprobación de la Santa Sede. Se había posado en tierras mexicanas distinguiéndola de cualquier otro espacio terrenal. Allí no había duda y los criollos rápidamente invirtieron en esta idea que pronto permeo al resto del pueblo mexicano. Los sermones del XVIII lo prueban extensamente. Pero el criollo quería mas. Y por eso buscó de entre diferentes grupos. El libro La santidad controvertida es eso. El conocimiento de cinco individuos que podrían haber llegado a ser beatificados y, porque no, hasta canonizados. Pero el destino se encargó de entorpecer sus procesos. Gregorio López, tan cercano al convento de San José de carmelitas descalzas después de su muerte. Incluso en el convento actual, el de las monjas de Tlacopac, resguarda celosamente uno de los dedos del siervo RESEÑAS 2 5 0 RESEÑAS 2 5 1 de Dios. El martír del Japón (no sólo fue Felipe de Jesús), fray Bartolomé Gutiérrez, poco conocido popularmente, quien perdió la vida en el martirio en 1632 y de quien no se guardan reliquias porque fue quemado en una hoguera y sus cenizas arrojadas al mar. María de Jesús Tomellín, el Lirio de Puebla la monja poblana reconocida como sierva de Dios en 1684, el obispo virrey don Juan de Palafox y Mendoza, que tantos odios suscitó entre la Compañía de Jesus y el misionero Antonio Margil de Jesús, quizá el que mejor ejemplifica una necesidad criolla más nacional ya que con él se intentó sacralizar una tierra que consolidaba sus fronteras físicas y mentales por medio de una figura que reunía las mas variadas realidades sociales novohispanas. Esta pléyade de hombres santos dan forma a la segunda parte del libro. En cada capítulo referente al futuro beatificado el autor se remite a fuentes primarias, muchas de ellas poco conocidas en México y que se encuentran en archivos extranjeros. Con ellos da una visión global de lo que se realizaba al interior del virreinato y las gestiones en España o en Roma. Inicia cada uno de los personajes con una síntesis de sus vidas, lo que nos presenta las fuentes de información, la mayoría hagiográficas. En fin el trabajo de Antonio Rubial es un admirable trabajo de síntesis que nos lleva a profundizar, a través de este tema, la historia de México. Es también el libro una aventura llena de sorpresas al mundo de lo sobrenatural, de lo mágico, de lo esotérico. Un mundo del que ciertamente no nos hemos desprendido del todo. En México, país excepcional por su cultura, sus herencias indígenas y virreinales y su continuidad de una vida de fe, aún existen grupos urbanos, no se diga en zonas rurales, que continúan en la búsqueda del seguimiento de sus protectores: Guadalupe, Judas Tadeo, el Cristo del Veneno, Sebastián por solo citar algunos. Recientemente apareció en el cine mexicano la película Santitos, con mucho éxito. Quizá porque uno de sus aciertos fue ese acercamiento al mundo sin explicación. Es verdad, como afirma el autor, actualmente ya no hay figuras cercanas que nos hagan sentir un mimetismo por su liderazgo, sus convicciones, su mensaje. Entonces ¿qué llena ese hueco?, Quizá Rubial tenga razón al final de su libro cuando afirma: En nuestro días ni los santos, ni los héroes libertarios y liberales, convertidos en estatuas de cartón, son modelos dignos de imitar o de admirar. Su lugar lo ocupan hoy los actores y cantantes promovidos por el cine y la televisión; esto es tan sólo una muestra de la pobreza espiritual que vive nuestro tiempo. Manuel Ramos Medina Centro de Estudios de Historia de México, Condumex